miércoles, 3 de junio de 2015

REDA REY LUIS XII

CARLOS II

Carlos II de España, llamado «el Hechizado» (Madrid, 6 de noviembre de 1661-ibídem, 1 de noviembre de 1700), fue rey de España2 entre 1665 y 1700, último de la Casa de Austria. Hijo y heredero de Felipe IV y de Mariana de Austria, permaneció bajo la regencia de su madre hasta que alcanzó la mayoría de edad en 1675. Su sobrenombre le venía de la atribución de su lamentable estado físico a la brujería e influencias diabólicas. Parece ser que los sucesivos matrimonios consanguíneos de la familia real produjeron tal degeneración que Carlos creció raquítico, enfermizo y de corta inteligencia, además de estéril (se sospecha que sufría el síndrome de Klinefelter),3 lo que acarreó un grave conflicto sucesorio, al morir sin descendencia y extinguirse así la rama española de los Austrias.4

Felipe IV se había casado en su primer matrimonio con Isabel de Francia (fallecida en 1644). De esta unión nació un único hijo varón, el príncipe Baltasar Carlos, muerto en 1646, lo que provocó que el rey decidiese casarse en segundas nupcias (1649) con su sobrina la archiduquesa Mariana de Austria, hija del emperador Fernando III y de María Ana de Austria (hermana de Felipe IV), con el objetivo de asegurar la continuidad dinástica en el trono. De este matrimonio nacieron varios hijos, de los cuales sólo sobrevivieron la infantaMargarita Teresa y el último de los hijos varones, Carlos. A la muerte de Carlos, hubo una guerra por la sucesión del trono, la llamada la Guerra de la Sucesión. Años más tarde Felipe V llegó al trono.
El príncipe Carlos apenas tenía cuatro años cuando su padre falleció (1665), dejando éste establecido en su testamento como regente a su viuda, la reina Mariana de Austria:
"[...] nombro por gobernadora de todos mis Reynos estados y señoríos, y tutora del príncipe mi hijo, y de otro qualquier hijo o hija que me hubiere de suceder a la Reyna doña Mariana de Austria mi muy chara, y amada muger con todas las facultades, y poder, que conforme a las leyes fueros, y privilegios, estilos y costumbres de cada uno de los dichos mis regnos, estados y señoríos..."5
La reina sería asistida por una Junta de Regencia formada por seis miembros: el Presidente del Consejo de Castilla (García Haro Sotomayor y Guzmán, conde de Castrillo) , el Vicecanciller del Consejo de Aragón (Cristóbal Crespí de Valldaura), un representante del Consejo de Estado (Gaspar de Bracamonte y Guzmán, conde de Peñaranda), un Grande de España (Guillén Ramón de Moncada, marqués de Aytona), el Inquisidor General (cardenal Pascual de Aragón) y el Arzobispo de Toledo (cardenal Baltasar Moscoso y Sandoval) como máxima autoridad religiosa en la Monarquía.
Cuando se abrió el testamento de Felipe IV, uno de los miembros de la Junta ya había fallecido: quedaba así vacante el puesto del Arzobispado de Toledo. Su titular, el cardenal Baltasar Moscoso y Sandoval, había muerto sólo unas horas antes que Felipe IV. La reina hubo de buscar soluciones y con la intención de dejar vacante el puesto de Inquisidor General, obligó a don Pascual de Aragón a ocupar el arzobispado de Toledo. De este modo el puesto de inquisidor quedó libre para ser copado poco después por el máximo confidente de la reina: su confesor el padre Juan Everardo Nithar

El valimiento de Juan Everardo Nithard[editar]


Retrato del cardenal Juan Everardo Nithard, por Alonso del Arco (c. 1674).
La muerte de Felipe IV y la asunción de la regencia por parte de Mariana de Austria hicieron que ésta se sintiese de repente sola en medio de la vorágine de acontecimientos que se sucedieron tras el fallecimiento de su marido. Centro de las miradas, blanco de las exaltaciones y de las críticas, la reina viuda requirió el apoyo de su fiel confesor, el padrejesuita Juan Everardo Nithard, que la había acompañado en 1649 a Madrid desde la corte de Viena, y no sólo en su vertiente espiritual, sino en la controvertida vertiente política.
Así, el padre Nithard llegó a copar puestos de gran relevancia en la monarquía, actuando como un verdadero "valido" al ser casi la única persona en la que la reina regente depositó su plena confianza. Nithard logró recabar con su ascenso un gran número de odios tanto en los círculos políticos como en los religiosos; y es que el padre jesuita no sólo entró a formar parte del Consejo de Estado en enero de 1666 sino que también alcanzó el puesto de Inquisidor General, la cúspide de la gran institución eclesiástica de la monarquía. El encumbramiento del jesuita a tal dignidad jurídico-religiosa no fue en absoluto fácil, pero la reina puso en juego todos los recursos que tuvo a su alcance para conseguir tal cargo para su confesor. En primer lugar consiguió que el Inquisidor General en funciones, el arzobispo de Toledo, don Pascual de Aragón, renunciara a su puesto y se retirara a su arzobispado, dejando a la vez su puesto en la Junta de Regencia en la que, según el testamento de Felipe IV, debía estar el Inquisidor General.
El segundo paso era el de naturalizar a Nithard, pues un extranjero no podía alcanzar el puesto de Inquisidor General, para lo cual tuvo que ganarse el apoyo de las ciudades castellanas con voto en cortes. En tercer y último lugar, fue necesaria una aprobación papal ya que Nithard, como jesuita, debido a las reglas de su compañía, no podía aceptar cargo alguno sin el consentimiento del Sumo Pontífice. La reina no dudó entonces en dirigirse al papa Alejandro VII para solicitar vehementemente su aprobación del puesto inquisitorial para su confesor.
El papa eximió a Nithard de su voto jesuítico que le impedía ejercer cargos políticos, en la bula promulgada el 15 de octubre de 1666; con este último acto el padre jesuita obtuvo el cargo de Inquisidor General que instantáneamente lo convirtió en miembro de la Junta de Regencia.
La nobleza rechazó desde un principio el encumbramiento de Nithard, al que consideraron un advenedizo carente de los merecimientos que ostentaba; y los dominicos, orden opuesta a los jesuitas, se sintieron heridos en su orgullo al observar como un jesuita les arrebataba la primacía del confesionario real, así como el gran puesto inquisitorial.
Por tanto, la coyuntura política de un momento en el cual el ministro-favorito estaba en decadencia, la baja condición del elegido, la orden a la cual pertenecía, sus muestras de ambición poco acordes con su condición jesuítica y su sospechosa cercanía a la reina, fueron las premisas determinantes de las numerosas críticas que Nithard recibió durante su valimiento.
No obstante, Nithard no tuvo tanta influencia política como se ha pensado,6 y de hecho despertaron más oposición las circunstancias de su encumbramiento o su condición de jesuita extranjero de baja estirpe y el favoritismo que la reina mostró hacia su persona, que su verdadera gestión al frente de la Monarquía. Nithard se hizo odioso porque taponó las vías de acceso a la reina, hecho del que tampoco fue totalmente responsable, pues Mariana de Austria mostraba suma desconfianza hacia la gran nobleza española y hacia don Juan José de Austria, el máximo enemigo del confesor. El papel de Nithard como político y aun como la más alta autoridad religiosa de la Monarquía fue más bien mediocre, siendo su verdadera influencia difícil de calibrar. Parece que favoreció la inserción de determinados personajes en la Junta de ministros, fue el ideador de la Guardia Chamberga, etc., pero sus votos en el Consejo de Estado, de carácter más teológico que político, no siempre fueron atendidos.
Por otra parte, Nithard tampoco supo procurarse una red de poder que lo mantuviera en su valim


































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