MEDICINA ÁRABE
(732-1096)
(732-1096)
Caravana de camellos, procedente de la China, camino de Arabia, cargada con sedas y especias.
"Y Scheherazada, en la noche 436, comenzó el cuento de Abu-al-Husn y su esclava la joven Tawaddud". La fabulosa esclava de ojos de gacela, "mejillas como anémonas de brillo cual la sangre", y "caderas más pesadas que dos dulces colinas de arena", entre el esplendor de sedas, panderos, surtidores, divanes, guzlas y mosaicos del Palacio del Califa, pintó con su lengua de plata el cuadro de la medicina árabe en su edad de oro.
Tawaddud, "rosa de cristal y plata aromada con sándalo y nuez moscada", resumió el saber de la medicina árabe que nació cuando Nestorio, patriarca de Constantinopla, residente en Siria, discrepó del Cristianismo imperante al sostener que la Virgen María era la madre de Cristo, no de Dios, diferencia dialéctica que le costó el exilio. En su destierro, a la verde sombra de las palmeras de un oasis en el desierto de Libia, Nestorio estudió, con sus seguidores los nestorianos, la curación del cuerpo, ya que tan caras le costaron sus ideas sobre la curación del alma. Desengañados de su tiempo, volvieron los nestorianos los ojos hacia las glorias de la Grecia clásica, y en sus aguas médico-filosóficas llenaron los odres de sus anhelos de saber. Luego, generosos con su ciencia, escanciaron en moldes siríacos los viejos néctares helénicos. En Edesa y otras poblaciones de Persia, fundaron escuelas de Medicina como la famosa de Jundishapur a orillas del Éufrates, hoy la ciudad de Shushtar, y tradujeron al sirio las obras griegas, decididos a continuar la perdida y luminosa tradición hipocrático-latina.
Entretanto, un pueblo joven y ardiente, que hasta entonces permaneció esmaltando con la policromía de sus chilabas los ardientes arenales del África, alentado por las predicaciones de Mahoma, emprendió en el siglo VII una fabulosa cabalgata histórica, en el curso de la cual, a filo de cimitarra tajó un vasto imperio que se extendió de China a España, incluyendo el Norte del África. Centraron su poder en los califatos de Bagdad y de Córdoba creando la civilización sarracena, que perecería con el saqueo de Bagdad por los tártaros, y la expulsión de los árabes por los turcos en Oriente y los españoles en Occidente.
Desvanecida la grandeza de Roma y la gloria de Grecia, la obra de los copistas bizantinos y los traductores árabes fue puente luminoso, casi mil años, desde la caída del Imperio Romano hasta la jubilosa explosión del Renacimiento. Unió al vasto imperio musulmán la lengua árabe, precedida por el cultivo del griego, más tarde reemplazado por el sirio, por el que la herencia médica griega llegó a manos árabes. Facilitó la transmisión de la cultura la introducción del papel, descubierto en China, que reemplazó al papiro y al pergamino.
Los califas abasidas iniciaron su edad de oro reconociendo la importancia que tenía traducir al árabe las obras de medicina griega vertidas al sirio por los nestorianos. Héroes de esta etapa fueron las famosas familias de traductores, sirios y coptos, los Bakhtichues y los Mesués, y el príncipe de los traductores, Honein o Joannitius.
¡Tiempos dichosos aquellos en los que el combatiente sentía latir un alma inquieta de cultura bajo su escudo! Cuando Miguel III de Constantinopla fue derrotado en una batalla, se le impuso la pena de enviar una caravana de camellos cargados de viejos manuscritos a Bagdad. ¡El libro sobre la espada! Florecieron escuelas de medicina en Samarcanda y Bagdad, Ispahán y Alejandría, Córdoba, Sevilla, Toledo, Granada y Zaragoza. Durante casi todo el siglo IX la práctica de la medicina estuvo en Bagdad en manos de cristianos extranjeros, considerados superiores a los indígenas. El cristiano persa al-Tábari escribió su Paraíso de la sabiduría, arqueta aromatizada de drogas vegetales árabes —tamarindo y sándalo, nuez vómica, astrágalo de Persia, goma arábiga— pues más que ninguna otra rama de la Medicina fascinó a los árabes la farmacología.
Brillaron en el califato oriental o de Bagdad cuatro luminarias persas: al-Tábari, Haly Abbas, Rhazes y Avicena. Rhazes "el experimentador’, que alternaba la guzla con la medicina, jefe del gran hospital de Bagdad, médico alfaquí de califas, partidario de la parquedad terapéutica frente al copioso menú farmacológico servido en los banquetes de la química árabe, fue un compilador magno. A él ordenó un jerarca que le pegaran en la cabeza con su propio libro para castigarle, hasta que uno de los dos se rompiera, paliza `intelectual" que le costó la vista.
Junto a Rhazes fulguró Avicena, el Aristóteles persa, príncipe de los médicos árabes, médico de reyes, devorador de bibliotecas, escoliasta inigualado en aljamías, latinidades y dialécticas, estadista de día, devoto en la madrugada de abandonar hondas filosofías por superficiales francachelas, compadre de vinos viejos y cazador de doncellas nuevas, que alternó la vara del visir, con la vihuela, la guzla y la pluma. Fue Avicena autor del Canon Medicine, el libro de medicina más famoso en la historia, cuyo millón de palabras le convirtió en dictador de la medicina mundial hasta Vesalio; biblia médica que, como oráculo infalible, reemplazó durante seis siglos la dictadura médica de Galeno. En el Canon, epítome y resumen de la medicina grecolatina, junto a abrojos de dogma florecieron rosas de ciencia. El Canon, columna vertebral en torno a la que se articuló el pensamiento médico árabe, recomendó el cauterio en vez del bisturí, por el horror árabe a disecar el cuerpo humano. Avicena y su Canon siguen aún curando, mil años después, a los enfermos de Persia.
En el califato occidental o de Córdoba, florecieron las artes y las ciencias, mas excepto en matemáticas y literatura, los árabes fueron compiladores y transmisores, no creadores. Su arquitectura, rica en domos y superficies planas decoradas, derivó de Bizancio; sus patios enclaustrados españoles, de Roma; su medicina —por vía siria y persa—, de Grecia; supeditaron el alma a los deleites del cuerpo, de ahí su simbólico concepto sensual del Paraíso con sus huríes y jardines. Introdujeron en sus ciudades vidrios en las ventanas y alumbrado en las calles —reflejos de su ansia de claridad y luz—, especias, drogas, perfumes, jardines e instrumentos de cuerda. Córdoba llegó a tener cincuenta hospitales, diecisiete universidades y bibliotecas públicas. Los califas eran mecenas de los investigadores, pasando de la azul molicie del serrallo perfumado a barrer con sus barbuchas agrestes los amarillentos pergaminos en bibliotecas. Cultivaron la astrología, y la alquimia, madre de la polifarmacia árabe. La biblioteca de Alhaken II contenía más de 600.000 volúmenes encuadernados en marroquín y oro, donde encerraron su ciencia en su lengua viril, nerviosa y ágil. Abundaron las familias de médicos, como la de Avenzoar que perduró tres siglos. Organizaron hospitales, que en Andalucía —y en Bagdad— eran a la vez asilos de locos y desvalidos. Junto a sus alcázares perfumados con aroma de sándalo crearon los árabes esos hospitales donde el agua, tan grata para ellos, se desflecaba en trenzas líquidas de cristal, baños y abluciones perfumadas, que les eran tan necesarios como las plegarias.
Enseñaban la medicina privadamente, adquiriendo cultura en un medressen o centro cultural anexo a la mezquita, se adiestraban con un boticario en el arte del mortero y la espátula, ingresando luego al servicio de un médico experimentado y con amplia biblioteca de libros encuadernados en guadamecí cordobés, repujados con policromos relieves. Vivían sibaríticamente en sus vergeles y en la hora perezosa de la siesta, mientras sorbían bebidas aromatizadas con limón y pétalos de rosa, miraban cómo libaban las abejas, empastándose las patitas con goterones de dorado polen, en tanto cantaban las fuentes de azulejos con surtidores, rodeados de mirtos y albahacas, adelfas y alhelíes.
Fue para ellos el corazón el príncipe del cuerpo, los pulmones su abanico, el hígado su guardián y asiento del alma, el hueco del estómago residencia del placer. Combinaron la alquimia con la vieja magia caldea, estableciendo "correspondencias" entre astros, espíritus, metales y el anima mundi. Al investigar el elixir de la vida y la juventud eterna, fundaron la química farmacéutica medicinal, y la búsqueda del oro potable les condujo al descubrimiento del agua regia y los ácidos fuertes. Seducidos por la polifarmacia galénica y la dialéctica aristotélica, su idea de ser pecaminoso tocar el cuerpo humano con las manos estorbó el progreso anatómico.
Fueron cuatro los gigantes del califato de Córdoba. Albucasis el cirujano —el Vesalio árabe— quien escribió una obra, al-Tasrif, que fue, hasta Paré, faro de la cirugía europea y desafiando la tradición y el Corán, ilustró él mismo sus textos, adoptó el cauterio de hierro, ligó arterias, describió la posición para la litotomía, practicó la traqueotomía transversa y diferenció el bocio del cáncer tiroideo. Avenzoar, el mayor clínico antigalenista, galante sevillano, médico de sultanes almohades, despreció el Canon de Avicena y fue el más hipocrático de los árabes. Averroes, el filósofo aristotélico y panteísta, médico de un califa en Marrakex, heterodoxo, impregnó hasta a sus adversarios con sus sutiles filosofías. Maimónides, el humanista hebreo, cordobés errante, médico del sultán Saladino, a quien trató en vano de contratar Ricardo Corazón de León, practicó en Egipto, adonde le hizo huir la intolerancia almohade. Devoto de la medicina como arte, estudió enfermos, no enfermedades, concilió la razón y la fe, rechazó la astrología y dejó su bella y filosófica Guía de descarriados y su precepto "Enseña a tu lengua a decir no sé, y progresarás".
Dejaron los árabes como herencia sus fuegos de artificio, policromos y violentos como su alma, jardines y palacios, la geología y el álgebra, cerámica, textiles y la botánica. Legaron con Geber la química medicinal y la primera materia médica, descubriendo ácidos varios, el nitrato de plata, la benzoína, alcanfor, azafrán, láudano, sublimado, anestésicos y técnicas alquímicas de cristalización, destilación y sublimación. Organizaron la farmacia árabe, que era centro informativo y agencia periodística de chismes, creando palabras como "droga", "álcali", "alcohol", "azúcar", exhibiendo redomas con fetos, sapos y escorpiones, junto a su polifarmacia y su panacea medicinal: los melitos. Su busca de la piedra filosofal les llevó a adelantar los métodos de laboratorio, inventando el arte de despachar recetas, jarabes, julepes, emplastos, electuarios, píldoras, polvos y alcoholados, que conservaban en jarros de mayólica, bellísimas cerámicas adornadas de frutas y hojas por haberse usado primero para confituras.
Crearon también los espléndidos hospitales con salas para ambos sexos, como el de El Mansur en el Cairo, refrescadas por surtidores de agua fría para arrullar a los pacientes, biblioteca, cocina, dispensarios, recitadores del Corán, música para los insomnes, contadores de cuentos y donativos al enfermo al salir del hospital para que no tuviera que trabajar enseguida. Estudiaron a fondo el ojo humano, por abundar la ceguera a causa del tracoma, progresando en óptica y en la extracción de cataratas, obra simbólica ésta de su ansia de más luz.
La medicina árabe, reflejando el sol helénico sobre la media luna árabe, alumbró la oscuridad medieval hasta el alba renacentista.
Orígenes
La península árabe suele considerarse como el hogar de los semitas, pueblo que tradicionalmente desciende de Sem, uno de los tres hijos de Noé. Se han hallado inscripciones que demuestran que en su suelo existió una gran civilización alrededor de 1.000 años antes de la era cristiana, que floreció en, por lo menos, cuatro distintos reinos, de los cuales Minos y Saba parece fueron los más poderosos [1].
Mapamundi del siglo X, que figura en un manuscrito de Ibn Hauqal (ca. 975).
Biblioteca árabe, según una miniatura del siglo XIII, con una disposición sui géneris de los libros.
El Islam
Mahoma nació alrededor del año 570, de padres que pertenecían a la tribu que gobernaba La Meca, entonces ciudad floreciente y lugar de peregrinaje para los árabes paganos que iban a orar a la Caaba, incluida en la principal mezquita de La Meca. En su juventud contrajo matrimonio con una viuda rica y llegó a ser un mercader de importancia. Cuando Mahoma, tenía 40 años, tuvo una visión en la cual Dios lo eligió a él para ser el profeta árabe de una verdadera religión, siendo ésta la primera de muchas revelaciones que más tarde recogió en el Corán, libro sagrado del Islam. Mahoma se consideró el sucesor de Jesucristo y el último de los profetas.
Jabal Nur o Monte de la Luz, colina cerca de La Meca, donde Mahoma recibió su primera revelación
Scheherazada, la de Las mil y una noches, y el califa Harán al-Rashid, según una miniatura persa.
La Medicina en el Corán
En la religión musulmana, la fuente de todas las cosas es Alá; y al oponerse a la divina voluntad, el hombre es castigado con la enfermedad. Las enfermedades también pueden ser la obra de los espíritus malignos, poseídos por demonios enfermos (madshunun) o debido al efecto del mal de ojo. Las catástrofes que aniquilaron naciones enteras, como las plagas, eran atribuidas a la ira de Alá, a manera de castigo por los pecados [4] . El Corán aceptaba el antiguo concepto de que un pneuma impartía vida al organismo, llegando al corazón a través de las ventanas de la nariz y la tráquea; el corazón era el asiento del alma, y al morir, el alma volvía a Alá a través de la respiración. En fisiología, el grueso de los elementos que formaban los productos alimenticios se veían como pasando a través de los riñones y del recto, mientras que lo más delicado de ellos se convertía en leche y la parte más fina, en sangre. La procreación era una mezcla de semilla masculina y sangre femenina, que tenía lugar en el útero, donde se formaba un coágulo del que surgía un esqueleto y una cubierta de músculos y carne; el origen del semen era la cabeza, y llegaba a los testículos a través de la columna vertebral [5] . El Corán prescribía estrictamente las reglas de higiene personal; lavado frecuente del cuerpo (especialmente después de la excreción) y vestidos limpios; el agua se consideraba como un elemento de limpieza, tanto espiritual como física. Permitía toda clase de alimentos, menos la carne de cerdo; la miel se consideraba como remedio para muchas enfermedades. A la leche le daba un gran valor ("Es un líquido reservado en el Paraíso para los creyentes") excepto la de burra que estaba prohibida. Aun cuando la circuncisión constituía un rito obligatorio, no se hace en el Corán referencia alguna a la cirugía. Más adelante las normas religiosas prohibían estrictamente la disección anatómica.
El mundo árabe
Tan digno de destacarse como las rápidas conquistas militares de los árabes, fue su conversión de nómadas de vida ruda en sibaritas de la ciudad, evolución gigantesca efectuada en varios miles de años de cultura.
El famoso Patio de los Leones de la Alhambra, en Granada, España, hermoso ejemplo de arquitectura arábigo-española.
Salón de los Embajadores en el Alcázar de Sevilla. Las paredes y arcos están decorados con policromos arabescos y atauriques típicos del arte mudéjar.
Bagdad
En los mil años del esplendor sumerio, existió una pequeña ciudad llamada Bagdad, entre el Tigris y el Éufrates, ensombrecida por la opulencia de Kish (hoy Tell-Amran) y Babilonia. En este lugar estratégico, el califa Almanzor, en el año 762, ordenó que le construyeran una nueva capital para el imperio musulmán, poniendo a trabajar a unos 100.000 obreros. En cuatro años se había erigido una ciudad circular de dos kilómetros y medio de diámetro, rodeada por tres concéntricas murallas, alguna de las cuales contenía ladrillos de 90 kg de peso. En el centro del círculo se elevaba el alcázar del califa, rodeado por jardines y fuentes de fresca agua y adornado con delicados arcos, domos, pórticos y balaustradas. A lo largo de las orillas del río Tigris se edificaron hermosas villas, y mezquitas con elevados minaretes codeábanse con las cúpulas de las iglesias cristianas; las calles sombrías y ruidosas tenían comercios a uno y otro lado: tejedores de seda, libreros, perfumistas, cesterías y casas de cambio.
Tintero de bronce repujado, con inscripciones de Badr ud-Din. (Museo Islámico de Bagdad).
Izquierda: Jarrón de cristal de roca tallado, obra fatimí del siglo X, reliquia de la iglesia de San Marcos, Venecia. Derecha: Lámpara votiva de una mezquita, decorada con inscripciones sagradas, ejemplo de artesanía islámica del siglo XIV.
Córdoba
En el extremo occidental del mundo árabe floreció otro luminoso centro de civilización en la ciudad española de Córdoba.
Arquería de la que fue mezquita, y es hoy catedral de Córdoba, iniciada por Abd al-Rahman I en el año 785.
El mundo del islam en la Edad Media (siglos X al XIV)
Los divulgadores
En las escuelas de medicina y academias de cultura general establecidas en todos los principales centros docentes del mundo musulmán, la primera labor de los educadores fue traducir los textos de la civilización grecorromana.
Astrolabio arábigo-español construido en Córdoba alrededor de 1055. Las inscripciones en latín datan del siglo XIV.
Izquierda: Comadrona asistiendo a una parturienta, según una ilustración. Derecha: Diagrama del ojo en un texto escrito de un texto árabe de cirugía, escrito en 1466, por Joannitius en el siglo IX.
Los médicos
En contraste con el menosprecio de que eran objeto en el Imperio Romano, los médicos en tierras musulmanas gozaban de alta estimación. Muchos de ellos, además de adquirir su experiencia en Grecia y practicar la medicina galénica, se adentraron en el campo de la filosofía, las matemáticas, la astronomía y la teología. En Las mil y una noches, un médico relata cómo curó a un miembro de la servidumbre del gobernador, por lo que fue recompensado con un elegante traje y el puesto de superintendente del hospital en Damasco. Los médicos al servicio exclusivo de familias ricas y de la corte, recibían elevados salarios, numerosos regalos y, por lo regular, amasaban grandes fortunas [17] . Mas, cuando no acertaban con el tratamiento o caían en desgracia con aquellos a quienes servían, solían ser condenados a prisión, a recibir azotes o a la pena de muerte. Aun los médicos más famosos no tenían inconveniente en incurrir en algún tipo de prácticas misteriosas, como prescribir tinta purgante (posiblemente coloquíntida, fruto del Citrullus colocynthis) o valerse de la astrología para diagnosticar. Los médicos adinerados solían tratar gratuitamente a los pobres. Abundaban los curanderos, cuyos trucos habían de persistir por siglos al margen de la medicina europea. Uno de los engaños favoritos era emplear a individuos de su confianza, que se hacían pasar por enfermos, para después elogiar públicamente las curas milagrosas realizadas por tal o cual charlatán. Uno de los más ilustres médicos islámicos fue Mahamed-Abu-Bekr-Ibn-Zacarías (Rhazes, 865-925), que nació en Persia, estudió en la universidad de Bagdad y después fue nombrado director de aquel renombrado hospital; viajó por África, visitó Jerusalén y atendió a las academias de Córdoba. Rhazes comenzaba sus explicaciones con esta frase característica: "De acuerdo con mi experiencia..." Su don de observación y audacia en el tratamiento le valieron el título de "el experimentador". Deploró las prácticas médicas deshonestas, abogando por una franca relación entre el médico y el paciente; criticó a los legos en medicina por esperar que el médico, por un simple examen de la orina y del pulso, pudiera explicarlo y saberlo todo. Reunió la mayor parte del saber médico de su tiempo en una obra monumental de unos veinte tomos, al Hawi [18] , que incluye una antología de la literatura médica de autores griegos, sirios, persas e indios, a más de sus propios puntos de vista y experiencias. Otras de sus obras tratan de los cálculos renales, anatomía (en la que describió el nervio laríngeo recurrente), las espinas ventosa y bífida, el uso del intestino animal en las suturas y la introducción de un ungüento mercurial [19] .
Izquierda: La técnica de la acupuntura, ilustrada en un texto turco sobre cirugía. (Biblioteca Nacional, París). Derecha: Miniatura árabe, ilustración de un texto de medicina, en que un médico aplica un clíster a un enfermo .
En medicina, la verdad es un propósito inasequible
El arte de curar descrito en los libros es muy inferior a la experiencia de un médico concienzudo.
Quien consulta a muchos médicos cometerá muchos errores.
Rhazes fue autor también de una obra famosa, reimpresa numerosas veces aún en el siglo XIX, sobre la viruela y el sarampión (traducida como Liber de Pestilentia), en la que por primera vez se explicaron con claridad estas dos enfermedades, aconsejando como tratamiento la purificación de la sangre. Para combatir la fiebre, usaba fomentos de agua fría; para el estreñimiento, mercurio; en los casos de melancolía consideraba medidas saludables el juego de damas y la música; y como medida higiénica, recomendaba baños y un sobrio régimen dietético.El arte de curar descrito en los libros es muy inferior a la experiencia de un médico concienzudo.
Quien consulta a muchos médicos cometerá muchos errores.
Arriba: Avenzoar estudiando. Ilustración de una obra de Averroes publicada en 1530. Avicena rodeado por sus discípulos, miniatura. Abajo: Médicos árabes examinando a un enfermo persa del siglo XVII.
Retrato de Moisés Maimónides, de dudosa autenticidad.
Facsímil de un trozo del Canon Medicinae, publicado por primera vez en Milán en 1473 en su versión latina.
Entrada del hospital de Kayseri, construido en 1205.
Averroes, según un dibujo a tinta, por Rafael.
Farmacología
Las escuelas árabes introdujeron en la medicina un gran número de drogas, hierbas y elementos químicos, dando un gran impulso al arte farmacéutico. Geber (o Jeber), alquimista árabe que vivió a fines del siglo VIII y principios del IX, buscando el procedimiento para la fabricación del oro, mejoró los métodos para la evaporación, filtración, sublimación, destilación y cristalización, y descubrió el nitrato de plata, el agua regia, el sublimado corrosivo, el acetato de plomo y otros compuestos químicos. El trabajo más completo sobre botánica y medicina en la Edad Media fue Cuerpo de los Simples, por Ibn al-Baitar (1197-1248), eminente botánico malagueño que coleccionó plantas y drogas a todo lo largo del Mediterráneo, desde España a Siria, describiendo más de 1.500 substancias medicinales.
Fachada y corte transversal del hospital árabe en Granada.
Hospitales
Uno de los aspectos de la medicina árabe que influyó más profundamente en el desarrollo de la medicina en la Europa medieval, fueron los hospitales, tanto por el tratamiento que recibía el enfermo como por su contribución a la enseñanza de la medicina. Los hospitales islámicos fueron modelo de bondad humana, especialmente en el tratamiento de los enfermos mentales.
Farmacéutico árabe moliendo en el almirez los ingredientes de una receta.
La herencia
La medicina árabe conservó para el Occidente el tesoro médico producido por los griegos, enriqueciéndolo con sus adelantos en química, farmacia, botánica y administración de hospitales. Las mentes profundas de los sabios de la España musulmana, añadieron sutileza al arte de los médicos, ahondando las raíces de la medicina práctica. De vital importancia para el desarrollo de la medicina fue el hecho de haberse practicado por más de mil años dos sistemas paralelos y ambos básicamente con el origen común de la medicina griega. Aun cuando el latín era el idioma de la medicina en Europa, el árabe permaneció por muchos siglos como la lengua científica en países tan distantes como España e India. La gran contribución de los profesores y médicos árabes fue hacer la Medicina realmente internacional y convertirla en un eslabón entre el Oriente y Occidente. Además, el choque entre el mundo árabe y cristiano, durante los dos siglos que duraron las Cruzadas, estrechó los lazos culturales, médicos y farmacológicos entre los nacientes centros del saber. Los médicos y alquimistas que florecieron con la dominación islámica, procedían de los más diversos orígenes étnicos, recibiendo su inspiración de Grecia, Roma, Siria, China e India. Cuando la medicina y la ciencia islámica comenzaron a decaer para estancarse totalmente en el siglo XIII, sus semillas habían sido ya transmitidas y sembradas en el suelo de la Europa medieval, esperando el riego fertilizante del Renacimiento.
Rendición de Boabdil, último rey moro de Granada, ante los Reyes Católicos, el 2 de enero de 1492.
EL MUNDO ÁRABE AYER Y HOY
La Reconquista consumó la expulsión de los últimos moros que quedaban en España, coincidiendo con el descubrimiento de América; mas los árabes han dejado vestigios, sobre todo en el sur de la Península ibérica, que evidencian su influencia pretérita. Lo que antaño fuera el mundo unificado de los árabes, en cinco siglos se ha fragmentado hasta tal punto que existen entre algunas de sus partes diferencias en su grado de civilización que las sitúan a mil años de distancia. Hay regiones en Arabia que continúan todavía como en tiempos del Profeta, víctimas de las mismas enfermedades y los mismos azotes de la Naturaleza. La introducción en ellas de métodos modernos de explotación petrolífera, las vías aéreas y la labor de la Organización Mundial de la Salud, apenas han iniciado el cambio de las costumbres de los viejos tiempos.En Libia, sólo a las mujeres se les permite ver la cara de las enfermeras.
La Caaba, templo musulmán en La Meca, está formada por bloques de piedra y cubierta por un pabellón de seda negra
Futuras enfermeras, rezan arrodilladas antes de dar comienzo a sus estudios diarios. Dato curioso: sus cuerpos miran en dirección a La Meca .
Vista parcial de la sala de recepciones en el palacio de Teherán. La cama ceremonial, incrustada de piedras preciosas, es obra de la artesanía india. |
Superior izquierda: Moderno centro médico en Hammam Bou Hadjar, Argelia. Abajo izquierda: Recepción celebrada en el patio de la alhambra de Riyadh, Arabia Saudita. Derecha: En Ouarzazate, Marruecos, barbero ambulante practicando una sangría por medio de ventosas.
Moderno centro médico en Shiraz, Irán, con profusión de jardines y azoteas.
Médicos árabes, con sus nítidas y típicas chilabas, frente a la enfermería de Touggourt, en Argelia.
Bajorrelieve en las tumbas de los reyes Aqueménidas, que forman parte de las ruinas de Persépolis, antigua capital del imperio persa.
Escena típica en un zoco de Marrakex, Marruecos
Mujeres en Rissani, Marruecos, esperan su turno para ser tratadas por un oftalmólogo.
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