lunes, 18 de enero de 2016

MEDICINA ÁRABE

MEDICINA ÁRABE
(732-1096)
Caravana de camellos, procedente de la China, camino de Arabia, cargada con sedas y especias.
Caravana de camellos, procedente de la China, camino de Arabia, cargada con sedas y especias.
Mientras cuenta Scheherazada
"Y Scheherazada, en la noche 436, comenzó el cuento de Abu-al-Husn y su esclava la joven Tawaddud". La fabulosa esclava de ojos de gacela, "mejillas como anémonas de brillo cual la sangre", y "caderas más pesadas que dos dulces colinas de arena", entre el esplendor de sedas, panderos, surtidores, divanes, guzlas y mosaicos del Palacio del Califa, pintó con su lengua de plata el cuadro de la medicina árabe en su edad de oro.
Tawaddud, "rosa de cristal y plata aromada con sándalo y nuez moscada", resumió el saber de la medicina árabe que nació cuando Nestorio, patriarca de Constantinopla, residente en Siria, discrepó del Cristianismo imperante al sostener que la Virgen María era la madre de Cristo, no de Dios, diferencia dialéctica que le costó el exilio. En su destierro, a la verde sombra de las palmeras de un oasis en el desierto de Libia, Nestorio estudió, con sus seguidores los nestorianos, la curación del cuerpo, ya que tan caras le costaron sus ideas sobre la curación del alma. Desengañados de su tiempo, volvieron los nestorianos los ojos hacia las glorias de la Grecia clásica, y en sus aguas médico-filosóficas llenaron los odres de sus anhelos de saber. Luego, generosos con su ciencia, escanciaron en moldes siríacos los viejos néctares helénicos. En Edesa y otras poblaciones de Persia, fundaron escuelas de Medicina como la famosa de Jundishapur a orillas del Éufrates, hoy la ciudad de Shushtar, y tradujeron al sirio las obras griegas, decididos a continuar la perdida y luminosa tradición hipocrático-latina.
Entretanto, un pueblo joven y ardiente, que hasta entonces permaneció esmaltando con la policromía de sus chilabas los ardientes arenales del África, alentado por las predicaciones de Mahoma, emprendió en el siglo VII una fabulosa cabalgata histórica, en el curso de la cual, a filo de cimitarra tajó un vasto imperio que se extendió de China a España, incluyendo el Norte del África. Centraron su poder en los califatos de Bagdad y de Córdoba creando la civilización sarracena, que perecería con el saqueo de Bagdad por los tártaros, y la expulsión de los árabes por los turcos en Oriente y los españoles en Occidente.
Desvanecida la grandeza de Roma y la gloria de Grecia, la obra de los copistas bizantinos y los traductores árabes fue puente luminoso, casi mil años, desde la caída del Imperio Romano hasta la jubilosa explosión del Renacimiento. Unió al vasto imperio musulmán la lengua árabe, precedida por el cultivo del griego, más tarde reemplazado por el sirio, por el que la herencia médica griega llegó a manos árabes. Facilitó la transmisión de la cultura la introducción del papel, descubierto en China, que reemplazó al papiro y al pergamino.
Los califas abasidas iniciaron su edad de oro reconociendo la importancia que tenía traducir al árabe las obras de medicina griega vertidas al sirio por los nestorianos. Héroes de esta etapa fueron las famosas familias de traductores, sirios y coptos, los Bakhtichues y los Mesués, y el príncipe de los traductores, Honein o Joannitius.
¡Tiempos dichosos aquellos en los que el combatiente sentía latir un alma inquieta de cultura bajo su escudo! Cuando Miguel III de Constantinopla fue derrotado en una batalla, se le impuso la pena de enviar una caravana de camellos cargados de viejos manuscritos a Bagdad. ¡El libro sobre la espada! Florecieron escuelas de medicina en Samarcanda y Bagdad, Ispahán y Alejandría, Córdoba, Sevilla, Toledo, Granada y Zaragoza. Durante casi todo el siglo IX la práctica de la medicina estuvo en Bagdad en manos de cristianos extranjeros, considerados superiores a los indígenas. El cristiano persa al-Tábari escribió su Paraíso de la sabiduría, arqueta aromatizada de drogas vegetales árabes —tamarindo y sándalo, nuez vómica, astrágalo de Persia, goma arábiga— pues más que ninguna otra rama de la Medicina fascinó a los árabes la farmacología.
Brillaron en el califato oriental o de Bagdad cuatro luminarias persas: al-Tábari, Haly Abbas, Rhazes y Avicena. Rhazes "el experimentador’, que alternaba la guzla con la medicina, jefe del gran hospital de Bagdad, médico alfaquí de califas, partidario de la parquedad terapéutica frente al copioso menú farmacológico servido en los banquetes de la química árabe, fue un compilador magno. A él ordenó un jerarca que le pegaran en la cabeza con su propio libro para castigarle, hasta que uno de los dos se rompiera, paliza `intelectual" que le costó la vista.
Junto a Rhazes fulguró Avicena, el Aristóteles persa, príncipe de los médicos árabes, médico de reyes, devorador de bibliotecas, escoliasta inigualado en aljamías, latinidades y dialécticas, estadista de día, devoto en la madrugada de abandonar hondas filosofías por superficiales francachelas, compadre de vinos viejos y cazador de doncellas nuevas, que alternó la vara del visir, con la vihuela, la guzla y la pluma. Fue Avicena autor del Canon Medicine, el libro de medicina más famoso en la historia, cuyo millón de palabras le convirtió en dictador de la medicina mundial hasta Vesalio; biblia médica que, como oráculo infalible, reemplazó durante seis siglos la dictadura médica de Galeno. En el Canon, epítome y resumen de la medicina grecolatina, junto a abrojos de dogma florecieron rosas de ciencia. El Canon, columna vertebral en torno a la que se articuló el pensamiento médico árabe, recomendó el cauterio en vez del bisturí, por el horror árabe a disecar el cuerpo humano. Avicena y su Canon siguen aún curando, mil años después, a los enfermos de Persia.
En el califato occidental o de Córdoba, florecieron las artes y las ciencias, mas excepto en matemáticas y literatura, los árabes fueron compiladores y transmisores, no creadores. Su arquitectura, rica en domos y superficies planas decoradas, derivó de Bizancio; sus patios enclaustrados españoles, de Roma; su medicina —por vía siria y persa—, de Grecia; supeditaron el alma a los deleites del cuerpo, de ahí su simbólico concepto sensual del Paraíso con sus huríes y jardines. Introdujeron en sus ciudades vidrios en las ventanas y alumbrado en las calles —reflejos de su ansia de claridad y luz—, especias, drogas, perfumes, jardines e instrumentos de cuerda. Córdoba llegó a tener cincuenta hospitales, diecisiete universidades y bibliotecas públicas. Los califas eran mecenas de los investigadores, pasando de la azul molicie del serrallo perfumado a barrer con sus barbuchas agrestes los amarillentos pergaminos en bibliotecas. Cultivaron la astrología, y la alquimia, madre de la polifarmacia árabe. La biblioteca de Alhaken II contenía más de 600.000 volúmenes encuadernados en marroquín y oro, donde encerraron su ciencia en su lengua viril, nerviosa y ágil. Abundaron las familias de médicos, como la de Avenzoar que perduró tres siglos. Organizaron hospitales, que en Andalucía —y en Bagdad— eran a la vez asilos de locos y desvalidos. Junto a sus alcázares perfumados con aroma de sándalo crearon los árabes esos hospitales donde el agua, tan grata para ellos, se desflecaba en trenzas líquidas de cristal, baños y abluciones perfumadas, que les eran tan necesarios como las plegarias.
Enseñaban la medicina privadamente, adquiriendo cultura en un medressen o centro cultural anexo a la mezquita, se adiestraban con un boticario en el arte del mortero y la espátula, ingresando luego al servicio de un médico experimentado y con amplia biblioteca de libros encuadernados en guadamecí cordobés, repujados con policromos relieves. Vivían sibaríticamente en sus vergeles y en la hora perezosa de la siesta, mientras sorbían bebidas aromatizadas con limón y pétalos de rosa, miraban cómo libaban las abejas, empastándose las patitas con goterones de dorado polen, en tanto cantaban las fuentes de azulejos con surtidores, rodeados de mirtos y albahacas, adelfas y alhelíes.
Fue para ellos el corazón el príncipe del cuerpo, los pulmones su abanico, el hígado su guardián y asiento del alma, el hueco del estómago residencia del placer. Combinaron la alquimia con la vieja magia caldea, estableciendo "correspondencias" entre astros, espíritus, metales y el anima mundi. Al investigar el elixir de la vida y la juventud eterna, fundaron la química farmacéutica medicinal, y la búsqueda del oro potable les condujo al descubrimiento del agua regia y los ácidos fuertes. Seducidos por la polifarmacia galénica y la dialéctica aristotélica, su idea de ser pecaminoso tocar el cuerpo humano con las manos estorbó el progreso anatómico.
Fueron cuatro los gigantes del califato de Córdoba. Albucasis el cirujano —el Vesalio árabe— quien escribió una obra, al-Tasrif, que fue, hasta Paré, faro de la cirugía europea y desafiando la tradición y el Corán, ilustró él mismo sus textos, adoptó el cauterio de hierro, ligó arterias, describió la posición para la litotomía, practicó la traqueotomía transversa y diferenció el bocio del cáncer tiroideo. Avenzoar, el mayor clínico antigalenista, galante sevillano, médico de sultanes almohades, despreció el Canon de Avicena y fue el más hipocrático de los árabes. Averroes, el filósofo aristotélico y panteísta, médico de un califa en Marrakex, heterodoxo, impregnó hasta a sus adversarios con sus sutiles filosofías. Maimónides, el humanista hebreo, cordobés errante, médico del sultán Saladino, a quien trató en vano de contratar Ricardo Corazón de León, practicó en Egipto, adonde le hizo huir la intolerancia almohade. Devoto de la medicina como arte, estudió enfermos, no enfermedades, concilió la razón y la fe, rechazó la astrología y dejó su bella y filosófica Guía de descarriados y su precepto "Enseña a tu lengua a decir no sé, y progresarás".
Dejaron los árabes como herencia sus fuegos de artificio, policromos y violentos como su alma, jardines y palacios, la geología y el álgebra, cerámica, textiles y la botánica. Legaron con Geber la química medicinal y la primera materia médica, descubriendo ácidos varios, el nitrato de plata, la benzoína, alcanfor, azafrán, láudano, sublimado, anestésicos y técnicas alquímicas de cristalización, destilación y sublimación. Organizaron la farmacia árabe, que era centro informativo y agencia periodística de chismes, creando palabras como "droga", "álcali", "alcohol", "azúcar", exhibiendo redomas con fetos, sapos y escorpiones, junto a su polifarmacia y su panacea medicinal: los melitos. Su busca de la piedra filosofal les llevó a adelantar los métodos de laboratorio, inventando el arte de despachar recetas, jarabes, julepes, emplastos, electuarios, píldoras, polvos y alcoholados, que conservaban en jarros de mayólica, bellísimas cerámicas adornadas de frutas y hojas por haberse usado primero para confituras.
Crearon también los espléndidos hospitales con salas para ambos sexos, como el de El Mansur en el Cairo, refrescadas por surtidores de agua fría para arrullar a los pacientes, biblioteca, cocina, dispensarios, recitadores del Corán, música para los insomnes, contadores de cuentos y donativos al enfermo al salir del hospital para que no tuviera que trabajar enseguida. Estudiaron a fondo el ojo humano, por abundar la ceguera a causa del tracoma, progresando en óptica y en la extracción de cataratas, obra simbólica ésta de su ansia de más luz.
La medicina árabe, reflejando el sol helénico sobre la media luna árabe, alumbró la oscuridad medieval hasta el alba renacentista.

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Presentación En los albores del siglo VII las regiones comprendidas entre el mar del Norte y el golfo de Persia se hallaban engolfadas en guerras o se desmoronaban acusando signos evidentes de plena decadencia. El imperio bizantino luchaba por su existencia contra persas y Avaros, mientras interiormente se desgarraba con controversias teológicas; Roma, bajo el papa Gregorio, trató de librarse de la autoridad opresiva de los exarcas o gobernadores bizantinos; la Galia sufría las consecuencias de la guerra fratricida entre dos de sus caudillos francos; Inglaterra estaba dividida en reinos y guerreaban entre sí anglos, sajones y jutos: el otrora poderoso Egipto era sometido a la dominación de Persia. En medio de semejante caos la herencia cultural de Grecia se hallaba a pique de desaparecer: fueron saqueados lugares históricos, valiosas bibliotecas destruidas y los intelectuales asesinados o perseguidos de ciudad en ciudad. En la terrible oscuridad de tal anochecer, penetraba un rayo de luz emitido por un milenario pueblo semítico. Desde las arenosas llanuras de Arabia, se extendía una nueva fuerza que había de construir un espléndido puente entre el mundo clásico y el moderno.

Orígenes 
La península árabe suele considerarse como el hogar de los semitas, pueblo que tradicionalmente desciende de Sem, uno de los tres hijos de Noé. Se han hallado inscripciones que demuestran que en su suelo existió una gran civilización alrededor de 1.000 años antes de la era cristiana, que floreció en, por lo menos, cuatro distintos reinos, de los cuales Minos y Saba parece fueron los más poderosos [1].
Mapamundi del siglo X, que figura en un manuscrito de Ibn Hauqal (ca. 975).
Mapamundi del siglo X, que figura en un manuscrito de Ibn Hauqal (ca. 975).
Los semitas árabes que emigraban hacia el norte se pusieron en relación con los sumerios establecidos en las fértiles regiones del Éufrates y el Tigris, los conquistaron o se mezclaron con ellos, ayudándoles a formar el poderoso estado babilónico fundado por Hammurabi alrededor del año 2.000 a. de C.
Biblioteca árabe, según una miniatura del siglo XIII, con una disposición sui géneris de los libros.
Biblioteca árabe, según una miniatura del siglo XIII, con una disposición sui géneris de los libros.
A principios del siglo VII, Arabia contaba con unas pocas villas y comunidades a lo largo de la costa, que poblaban en su mayoría tribus nómadas de vida pastoral; contó también con varios reinos de vida precaria, que dependían de otros vecinos más poderosos, como Persia, Abisinia y Bizancio. La vida religiosa era heterogénea y confusa: la mayoría de las tribus creían en un panteón de unos 300 dioses; en el sur de Arabia, un reino que había aceptado el judaísmo luchaba contra los abisinios cristianos, mientras, en el nordeste, el reino de Hira florecía notablemente y en él tuvo vida próspera una comunidad cristiana, en su mayoría nestorianos; el zoroastrismo se infiltró procedente de Persia, al mismo tiempo que a través de la península se diseminaron comunidades que abrazaban el judaísmo monoteísta. Arabia se hallaba completamente preparada para la unificación política y religiosa. 

El Islam 
Mahoma nació alrededor del año 570, de padres que pertenecían a la tribu que gobernaba La Meca, entonces ciudad floreciente y lugar de peregrinaje para los árabes paganos que iban a orar a la Caaba, incluida en la principal mezquita de La Meca. En su juventud contrajo matrimonio con una viuda rica y llegó a ser un mercader de importancia. Cuando Mahoma, tenía 40 años, tuvo una visión en la cual Dios lo eligió a él para ser el profeta árabe de una verdadera religión, siendo ésta la primera de muchas revelaciones que más tarde recogió en el Corán, libro sagrado del Islam. Mahoma se consideró el sucesor de Jesucristo y el último de los profetas.
Jabal Nur o Monte de la Luz, colina cerca de La Meca, donde Mahoma recibió su primera revelación
Jabal Nur o Monte de la Luz, colina cerca de La Meca, donde Mahoma recibió su primera revelación
En un principio logró unos pocos conversos y muchos enemigos en La Meca. En el año 622, un complot para asesinarle le obligó a escapar a la región del Hedjaz, en la ciudad hoy denominada Medina [2] , segunda ciudad santa después de La Meca, donde estableció un estado teocrático. Una mezcla de proselitismo y luchas durante los siguientes años le llevó a triunfar sobre sus enemigos y a lograr numerosos conversos. Cuando en el 632 murió Mahoma, ya había logrado la unificación política y espiritual de Arabia. Los tres siglos siguientes fueron testigo de uno de los más extraordinarios desarrollos experimentados en la historia por una cultura. Iniciado en el pequeño valle de la ciudad de Medina, el dominio musulmán se extendió a lo largo de unos seis mil cuatrocientos kilómetros: hacia el oeste, incluía a Egipto, África del Norte y la mayor parte de España; por el norte, poseía Siria, Armenia y el Cáucaso; al nordeste, sus conquistas incluyeron Mesopotamia, Persia y el Afganistán; y hacia el Oriente, el imperio se extendía hasta la India. El centro espiritual de este inmenso dominio residía entonces, como hoy, en la sagrada ciudad de La Meca, a la cual todo buen creyente musulmán deseaba ir como peregrino por lo menos una vez en su vida. En contraste con las invasiones mongólicas que le sucedieron, que sólo dejaron una estela de miseria y caos, los conquistadores musulmanes conservaron intactos los centros de cultura a lo largo de su victorioso caminar.
Scheherazada, la de Las mil y una noches, y el califa Harán al-Rashid, según una miniatura persa.
Scheherazada, la de Las mil y una noches, y el califa Harán al-Rashid, según una miniatura persa.
Uno de estos brillantes exponentes de civilización fue Jundishapur, fundado en el siglo IV por el rey persa Shapur [3] . Su academia y hospital atrajeron filósofos y médicos de numerosas tierras. La proposición de Nestorio, patriarca de Constantinopla, en el sentido de separar la naturaleza humana de la divina en Jesucristo, dio lugar en 428 a una seria escisión en el seno de la Iglesia Oriental de Bizancio. Nestorio y sus partidarios fueron condenados en 431 por herejes, huyendo primero a Edessa (hoy Urfa, en Turquía) y residiendo, por último, en Jundishapur, donde muchos años después habían de convivir sus discípulos con los filósofos platónicos que abandonaron Atenas cuando Justiniano clausuró sus escuelas en 529, con eruditos judíos, traductores sirios y sabios chinos e indios. Cuando los árabes invadieron Persia, convirtieron la academia de Jundishapur en el núcleo escolástico del imperio islámico. Sergio, un sacerdote y médico cristiano, tradujo al siríaco algunos trabajos griegos de literatura médica, que posteriormente fueron pasados al árabe por el judío persa Masawayh. Como el árabe resultó ser un idioma más flexible, fue suplantando gradualmente a todos los demás en el mundo del saber.

La Medicina en el Corán 
En la religión musulmana, la fuente de todas las cosas es Alá; y al oponerse a la divina voluntad, el hombre es castigado con la enfermedad. Las enfermedades también pueden ser la obra de los espíritus malignos, poseídos por demonios enfermos (madshunun) o debido al efecto del mal de ojo. Las catástrofes que aniquilaron naciones enteras, como las plagas, eran atribuidas a la ira de Alá, a manera de castigo por los pecados [4] . El Corán aceptaba el antiguo concepto de que un pneuma impartía vida al organismo, llegando al corazón a través de las ventanas de la nariz y la tráquea; el corazón era el asiento del alma, y al morir, el alma volvía a Alá a través de la respiración. En fisiología, el grueso de los elementos que formaban los productos alimenticios se veían como pasando a través de los riñones y del recto, mientras que lo más delicado de ellos se convertía en leche y la parte más fina, en sangre. La procreación era una mezcla de semilla masculina y sangre femenina, que tenía lugar en el útero, donde se formaba un coágulo del que surgía un esqueleto y una cubierta de músculos y carne; el origen del semen era la cabeza, y llegaba a los testículos a través de la columna vertebral [5] . El Corán prescribía estrictamente las reglas de higiene personal; lavado frecuente del cuerpo (especialmente después de la excreción) y vestidos limpios; el agua se consideraba como un elemento de limpieza, tanto espiritual como física. Permitía toda clase de alimentos, menos la carne de cerdo; la miel se consideraba como remedio para muchas enfermedades. A la leche le daba un gran valor ("Es un líquido reservado en el Paraíso para los creyentes") excepto la de burra que estaba prohibida. Aun cuando la circuncisión constituía un rito obligatorio, no se hace en el Corán referencia alguna a la cirugía. Más adelante las normas religiosas prohibían estrictamente la disección anatómica.

El mundo árabe 
Tan digno de destacarse como las rápidas conquistas militares de los árabes, fue su conversión de nómadas de vida ruda en sibaritas de la ciudad, evolución gigantesca efectuada en varios miles de años de cultura.
El famoso Patio de los Leones de la Alhambra, en Granada, España, hermoso ejemplo de arquitectura arábigo-española.
El famoso Patio de los Leones de la Alhambra, en Granada, España, hermoso ejemplo de arquitectura arábigo-española.
Cuando los soldados de Mahoma irrumpieron de su desértica península, se cubrían con jergas y subsistían con una deficiente dieta de carne, leche y queso. Su organización militar era primitiva, excepto cuando entraba en juego su especial habilidad para sitiar y asaltar puntos fortificados. Armados sólo con su fe, se lanzaron a conquistar el mundo. De un erudito musulmán del siglo IX, son estas palabras: "En cuanto a los árabes del desierto, jamás han sido artesanos, comerciantes o médicos ni tampoco tuvieron aptitud para las matemáticas o la agricultura. Mas fueron insuperables en poesía, oratoria, equitación, manufactura de pertrechos guerreros y como cronistas". Estos inquietos e incansables poetas-guerreros se hallaron en unos pocos años convertidos en los dueños y señores de vastos territorios que habían de administrar, por lo que se vieron forzados a tomar de los persas los sistemas de impuestos, las normas de administración local y la centralización del gobierno, colocando el poder absoluto en manos del soberano. Estos mismos infatigables camelleros irrumpieron también entre los persas, quienes durante siglos habían disfrutado de una existencia sedentaria, y cuyas familias principales, de exquisito buen gusto, vivían en un ambiente de refinamiento sibarítico.
Salón de los Embajadores en el Alcázar de Sevilla. Las paredes y arcos están decorados con policromos arabescos y atauriques típicos del arte mudéjar.
Salón de los Embajadores en el Alcázar de Sevilla. Las paredes y arcos están decorados con policromos arabescos y atauriques típicos del arte mudéjar.
En unos pocos años los cortesanos árabes del califato omeya, en Damasco, cambiaron sus vestidos de jerga por brocados de seda, desecharon la leche de camello para gustar de los exquisitos manjares persas, y el tazón comunal, kuskus, por las buenas maneras de comer a mesa puesta, característica de los persas. Los árabes que llegaron al interior de la Persia oriental aprendieron a usar pantalones en lugar de túnicas, a beber vino (pese a la prohibición del Corán) y a celebrar muchos días festivos persas.

Bagdad 
En los mil años del esplendor sumerio, existió una pequeña ciudad llamada Bagdad, entre el Tigris y el Éufrates, ensombrecida por la opulencia de Kish (hoy Tell-Amran) y Babilonia. En este lugar estratégico, el califa Almanzor, en el año 762, ordenó que le construyeran una nueva capital para el imperio musulmán, poniendo a trabajar a unos 100.000 obreros. En cuatro años se había erigido una ciudad circular de dos kilómetros y medio de diámetro, rodeada por tres concéntricas murallas, alguna de las cuales contenía ladrillos de 90 kg de peso. En el centro del círculo se elevaba el alcázar del califa, rodeado por jardines y fuentes de fresca agua y adornado con delicados arcos, domos, pórticos y balaustradas. A lo largo de las orillas del río Tigris se edificaron hermosas villas, y mezquitas con elevados minaretes codeábanse con las cúpulas de las iglesias cristianas; las calles sombrías y ruidosas tenían comercios a uno y otro lado: tejedores de seda, libreros, perfumistas, cesterías y casas de cambio.
Tintero de bronce repujado, con inscripciones de Badr ud-Din. (Museo Islámico de Bagdad).
Tintero de bronce repujado, con inscripciones de Badr ud-Din. (Museo Islámico de Bagdad).
Las clases pobres, que vivían apiñadas en chozas de ladrillo de techos bajos, se conducían con innata dignidad. En las calles se congregaban en torno a un contador de cuentos o a un músico ambulante; pescaban en el río o se quedaban admirados ante la magnificencia del cortejo de una persona rica. Así era el Bagdad del califa Harún al-Rashid, cuya esposa servía las comidas en vasijas de oro y pedrería y gastó tres millones de dinares [6] en una peregrinación a La Meca. Los ricos vestían trajes de policromas sedas llevadas desde China por caravanas, se perfumaban el pelo y la barba, combatían el mal olor de la ciudad quemando incienso y pagaban grandes sumas a músicos y bailarines. Además del canto y la danza, sus distracciones comprendían el juego de ajedrez y el polo, ambos favoritos del califa Harún al-Rashid[7] . Aunque los musulmanes cultos despreciaban las fábulas, el pueblo árabe gustaba de la narración de cuentos. Almanzor, el segundo califa abasida, atrajo a numerosos eruditos de Jundishapur, estableciendo escuelas de medicina, astrología, química y matemáticas [8] . Las tradiciones médicas fueron descritas por el profesor contemporáneo Al-Qifti: "Hicieron rápidos progresos científicos, desarrollaron nuevos métodos para el tratamiento de enfermedades según los principios farmacológicos, hasta el punto de que su terapéutica se consideró superior a la de los griegos e hindúes. Por otra parte, sus médicos adoptaron los métodos científicos de otros pueblos modificándolos de acuerdo con sus propios descubrimientos. Crearon leyes médicas y recopilaron el trabajo que ellos mismos habían realizado".
 
Izquierda: Jarrón de cristal de roca tallado, obra fatimí del siglo X, reliquia de la iglesia de San Marcos, Venecia. Derecha: Lámpara votiva de una mezquita, decorada con inscripciones sagradas, ejemplo de artesanía islámica del siglo XIV.
El más famoso hospital de Bagdad fue fundado por el visir Abud al-Daula en 970 y contenía una farmacia provista de remedios procedentes de todas partes del mundo, un sistema de asistencia médica análogo al moderno de pacientes internados y ambulatorios, una clasificación de médicos equivalente al de internos y externos y una primitiva organización de enfermeras y medicina social [9] . Durante los veinte años del califato de al-Mamún (hijo de Harún al-Rashid, 813-33), Bagdad floreció como la segunda ciudad en tamaño y opulencia en la región al oeste del río Indo, sólo superada por la esplendorosa Constantinopla. Su centro de enseñanza fue una magnífica academia llamada Casa de la Sabiduría, y la propia ciudad mereció el delicado sobrenombre de Morada de la Paz.

Córdoba 
En el extremo occidental del mundo árabe floreció otro luminoso centro de civilización en la ciudad española de Córdoba.
Arquería de la que fue mezquita, y es hoy catedral de Córdoba, iniciada por Abd al-Rahman I en el año 785.
Arquería de la que fue mezquita, y es hoy catedral de Córdoba, iniciada por Abd al-Rahman I en el año 785.
En una época en que Londres y París eran simples conglomerados de casas de adobe, Córdoba era la ciudad más civilizada de Europa, la admiración de los bárbaros del Norte [10] . Bajo los califas omeyas, en el siglo X, la ciudad tenía cerca de un millón de habitantes, más de 300 mezquitas (en cada una de las cuales había una escuela), 70 bibliotecas, 900 baños públicos, 50 hospitales y una universidad que era famosa en toda Europa. La residencia veraniega del califa, Medina Azzahra, hoy desaparecida, situada a unos 6 kilómetros de Córdoba y empezada a edificar por orden de Abderraman III, tenía fama por su belleza y riqueza [11] . Poseía un palacio fabuloso con amplios patios, harenes con ventanas enrejadas, fuentes con surtidores de agua y mezquitas cuyos mosaicos en blanco, azul y oro resplandecían entre los huertos de higueras, almendros y granadas. Irguiéndose sobre las tortuosas y estrechas calles, se destacaba la gran mezquita con sus diez y nueve portalones de bronce, 4.700 sahumadores, una bóveda apoyada en 1.200 columnas de pórfido, jaspe y mármoles multicolores, todo ello rodeado por una inmensa y sólida muralla que se cree contenía algunos de los huesos del Profeta. La ciudad vino a ser un rico centro comercial en el que convergían caravanas de puntos tan remotos como la China. En torno a las murallas de la ciudad, los mercaderes exhibían en sus bazares alfombras de Bujara, muselinas de Mosul, perlas del golfo de Persia, damascos, alfarería, frutas secas y confites.
El mundo del islam en la Edad Media (siglos X al XIV)
El mundo del islam en la Edad Media (siglos X al XIV)
Los musulmanes llevaron a España todas las artes y oficios que habían asimilado de los pueblos conquistados: nuevas y exóticas plantas del Asia y África, el limón, la toronja, el naranjo y la caña de azúcar; condimentos y especias aromáticas, como el azafrán, la nuez moscada y la pimienta negra; la construcción de carreteras y canales; la manufactura de sedas y cerámicas, y el curtido de pieles. Córdoba se hizo famosa por su marfil labrado, su alfarería con un esmalte luminoso único y, sobre todo, por sus guadamecíes y la excelencia de sus encuadernaciones. Los musulmanes introdujeron también en Occidente el arte chino de hacer papel y elevaron en España, a la categoría de verdadero arte, la impresión de libros. Mientras Córdoba, con sus palacios y gigantesca mezquita fue por siglos la sede del Califato de Occidente (llamado por muchos la Bagdad de Occidente), la cultura hispano-arábiga florecía también en Sevilla, Granada y Toledo. Destruida Córdoba a principios del siglo XI por los bereberes, Toledo se convirtió en el centro de la sabiduría hispano-musulmana y en el núcleo que atrajo a los intelectuales de todas partes de Europa [12] . Así florecieron las artes y ciencias árabes entre los dos grandes emporios que fueron Bagdad y Córdoba [13] , elevando la cultura de las comunidades bárbaras y ciñendo a Europa con un cinturón de delicada arquitectura, finísima artesanía, poesía lírica, música y danza, y el saber médico heredado de los discípulos de Hipócrates y Galeno.

Los divulgadores 
En las escuelas de medicina y academias de cultura general establecidas en todos los principales centros docentes del mundo musulmán, la primera labor de los educadores fue traducir los textos de la civilización grecorromana.
Astrolabio arábigo-español construido en Córdoba alrededor de 1055. Las inscripciones en latín datan del siglo XIV
Astrolabio arábigo-español construido en Córdoba alrededor de 1055. Las inscripciones en latín datan del siglo XIV.
Uno de los primeros médicos árabes del siglo VI, fue Al-Harith, quien estudió en Jundishapur, ejerció la medicina en Persia y volvió a La Meca donde trabó amistad con Mahoma, sobre quien influyó hasta el extremo de que algunas de sus ideas médicas figuran en el Corán. Un nestoriano llamado Djordjis Bakhtichu [14] , tronco de una notable dinastía de médicos y director del hospital de Jundishapur, fue llamado para tratar al califa Almanzor en Bagdad, alrededor de 770; su hijo Gabriel llegó a ser médico personal del califa Harún al-Rashid. Siendo califa Almanzor, se estableció en Bagdad una escuela de traductores, dirigida por el médico cristiano Yuhanna Masawayh (777-857) [15] . Su labor fue traducir los manuscritos griegos adquiridos en Asia Menor y Egipto. El discípulo más distinguido de Masawayh fue el nestoriano Hunain ibn Ishaq (809-77?) [16] , quien enriqueció la lengua árabe con numerosos términos científicos, y su escuela tradujo al sirio y al árabe la mayor parte de los escritos de Hipócrates y Galeno.
Izquierda: Comadrona asistiendo a una parturienta, según una ilustración. Derecha: Diagrama del ojo en un texto escrito de un texto árabe de cirugía, escrito en 1466, por Joannitius en el siglo IX.
Izquierda: Comadrona asistiendo a una parturienta, según una ilustración. Derecha: Diagrama del ojo en un texto escrito de un texto árabe de cirugía, escrito en 1466, por Joannitius en el siglo IX.
Él mismo hizo la traducción de la mayoría de las obras de Galeno, de la Sinopsis de Oribasio y de la importante obra Materia Médica, de Dioscórides. Sus obras más notables fueron: un manual de preguntas y respuestas sobre Medicina y el primer texto de oftalmología (Diez tratados sobre el ojo). En el mundo musulmán se realizó una intensa búsqueda de manuscritos clásicos: Hunain describe cómo buscó personalmente una obra de Galeno a través de Mesopotamia, Siria, Palestina y Egipto, habiendo hallado finalmente sólo la mitad de ella en Damasco. Cuando las fuerzas musulmanas derrotaron al corrompido emperador bizantino Miguel III, le impusieron como castigo el envío a Bagdad de una caravana de camellos cargados con manuscritos de las bibliotecas de Constantinopla.

Los médicos 
En contraste con el menosprecio de que eran objeto en el Imperio Romano, los médicos en tierras musulmanas gozaban de alta estimación. Muchos de ellos, además de adquirir su experiencia en Grecia y practicar la medicina galénica, se adentraron en el campo de la filosofía, las matemáticas, la astronomía y la teología. En Las mil y una noches, un médico relata cómo curó a un miembro de la servidumbre del gobernador, por lo que fue recompensado con un elegante traje y el puesto de superintendente del hospital en Damasco. Los médicos al servicio exclusivo de familias ricas y de la corte, recibían elevados salarios, numerosos regalos y, por lo regular, amasaban grandes fortunas [17] . Mas, cuando no acertaban con el tratamiento o caían en desgracia con aquellos a quienes servían, solían ser condenados a prisión, a recibir azotes o a la pena de muerte. Aun los médicos más famosos no tenían inconveniente en incurrir en algún tipo de prácticas misteriosas, como prescribir tinta purgante (posiblemente coloquíntida, fruto del Citrullus colocynthis) o valerse de la astrología para diagnosticar. Los médicos adinerados solían tratar gratuitamente a los pobres. Abundaban los curanderos, cuyos trucos habían de persistir por siglos al margen de la medicina europea. Uno de los engaños favoritos era emplear a individuos de su confianza, que se hacían pasar por enfermos, para después elogiar públicamente las curas milagrosas realizadas por tal o cual charlatán. Uno de los más ilustres médicos islámicos fue Mahamed-Abu-Bekr-Ibn-Zacarías (Rhazes, 865-925), que nació en Persia, estudió en la universidad de Bagdad y después fue nombrado director de aquel renombrado hospital; viajó por África, visitó Jerusalén y atendió a las academias de Córdoba. Rhazes comenzaba sus explicaciones con esta frase característica: "De acuerdo con mi experiencia..." Su don de observación y audacia en el tratamiento le valieron el título de "el experimentador". Deploró las prácticas médicas deshonestas, abogando por una franca relación entre el médico y el paciente; criticó a los legos en medicina por esperar que el médico, por un simple examen de la orina y del pulso, pudiera explicarlo y saberlo todo. Reunió la mayor parte del saber médico de su tiempo en una obra monumental de unos veinte tomos, al Hawi [18] , que incluye una antología de la literatura médica de autores griegos, sirios, persas e indios, a más de sus propios puntos de vista y experiencias. Otras de sus obras tratan de los cálculos renales, anatomía (en la que describió el nervio laríngeo recurrente), las espinas ventosa y bífida, el uso del intestino animal en las suturas y la introducción de un ungüento mercurial [19] .
Izquierda: La técnica de la acupuntura, ilustrada en un texto turco sobre cirugía. (Biblioteca Nacional, París). Derecha: Miniatura árabe, ilustración de un texto de medicina, en que un médico aplica un clíster a un enfermo.
Izquierda: La técnica de la acupuntura, ilustrada en un texto turco sobre cirugía. (Biblioteca Nacional, París). Derecha: Miniatura árabe, ilustración de un texto de medicina, en que un médico aplica un clíster a un enfermo .
Otra de sus importantes obras fue una colección de diez tratados médicos (Liber Medicinalis Almansoris, que todavía se conserva), de los cuales nueve versan sobre medicina general y fueron publicados por las universidades del Occidente. En esta obra figuran estos dos aforismos:
En medicina, la verdad es un propósito inasequible
El arte de curar descrito en los libros es muy inferior a la experiencia de un médico concienzudo.
Quien consulta a muchos médicos cometerá muchos errores.
Rhazes fue autor también de una obra famosa, reimpresa numerosas veces aún en el siglo XIX, sobre la viruela y el sarampión (traducida como Liber de Pestilentia), en la que por primera vez se explicaron con claridad estas dos enfermedades, aconsejando como tratamiento la purificación de la sangre. Para combatir la fiebre, usaba fomentos de agua fría; para el estreñimiento, mercurio; en los casos de melancolía consideraba medidas saludables el juego de damas y la música; y como medida higiénica, recomendaba baños y un sobrio régimen dietético.
Arriba: Avenzoar estudiando. Ilustración de una obra de Averroes publicada en 1530. Avicena rodeado por sus discípulos, miniatura. Abajo: Médicos árabes examinando a un enfermo persa del siglo XVII.
Arriba: Avenzoar estudiando. Ilustración de una obra de Averroes publicada en 1530. Avicena rodeado por sus discípulos, miniatura. Abajo: Médicos árabes examinando a un enfermo persa del siglo XVII.
Hace sólo unos 30 años que se descubrió el gran libro de Rhazes sobre el arte de la alquimia, en el cual clasifica concisamente las substancias en vegetales, animales y minerales, distinguiendo entre cuerpos volátiles y los que no lo son. Un destacado contemporáneo de Rhazes fue Isaac Israeli (¿880-932), médico judío nacido en Egipto y conocido en Occidente como Isaac Judaeus, cuyos trabajos prácticos sobre las fiebres, elementos, drogas y orina dominaron la medicina occidental durante siglos, y fueron de los primeros traducidos al latín en el siglo XI, por Constantino el Africano, quien se adscribió la paternidad. Su Guía para médicos fue exponente de un elevado concepto ético de la profesión, en el que, entre otros preceptos, estableció: “Deja que tu propia pericia te exalte y no busques honores en la deshonra de otros; no dejes de visitar y tratar al menesteroso, pues no hay obra más noble; consuela al que sufre con la promesa de sanarlo, aun cuando dudes, pues así refuerzas sus defensas naturales”. En el Califato oriental brilló el persa musulmán conocido en Occidente como Haly Abbas (murió en 994), autor de una enciclopedia en veinte tomos tituladaKitabal-Malik (en latín Liber regius), que versa sobre la teoría y práctica de la medicina.
Retrato de Moisés Maimónides, de dudosa autenticidad.
Retrato de Moisés Maimónides, de dudosa autenticidad.
Haly Abbas aconsejaba a los médicos jóvenes que dedicaran tiempo a la enseñanza práctica en hospitales, combinándola con un buen conocimiento teórico. A él se le ha atribuido haber sido el primero que sugirió la existencia del sistema capilar. El Liber regius fue el texto clásico de la medicina árabe hasta que un siglo más tarde lo desplazó el Canon de Avicena. Hijo de padres españoles fue Abulcasis (Abu al Qasim, ca. 936-1013), médico eminente que perteneció al alcázar del califa, en Córdoba, y el más famoso cirujano de aquella época. En su Al-Tasrif (en latín Vade Mecum), dividido en 30 secciones y en gran parte copiado de Pablo de Egina, describió el uso del cauterio, la litotomía, herniotomía, trepanación, amputaciones, operaciones de fístulas, gota, aneurisma y heridas de flecha. Recomendó la dentadura artificial hecha de hueso de vaca y el uso de catéteres de plata en los trastornos de la vejiga. A los que aspiraban a cirujanos, Abulcasis les aconsejó: "El que desee dedicarse a la cirugía debe conocer la anatomía trasmitida por Galeno". Mas reconocía que sus conocimientos anatómicos provenían de los libros y no de la disección. Su tratado de cirugía contenía numerosos diseños de instrumentos y prevaleció en los centros de enseñanza de Europa hasta el advenimiento de Ambrosio Paré, en el siglo XVI. En su práctica obstétrica y ginecológica, Abulcasis no podía examinar directamente a las mujeres virtuosas —tal era la costumbre—, viéndose obligado a servirse de comadronas que actuaban bajo su dirección. Sin embargo, en el Vade Mecum describe varios procedimientos para el tratamiento de presentaciones anormales, incluyendo instrumentos para el parto. El más famoso de los médicos árabes, cuya influencia se extendió durante siglos por el mundo islámico y Europa, fue Abu Ali al-Husayn ibn Sina (980-1037), conocido como Avicena. Nació cerca de Bujara y fue hijo de un recaudador de impuestos persa.
Facsímil de un trozo del Canon Medicinae, publicado por primera vez en Milán en 1473 en su versión latina
Facsímil de un trozo del Canon Medicinae, publicado por primera vez en Milán en 1473 en su versión latina.
De Avicena se ha dicho que a la edad de diez años sabía de memoria el Corán y muchos poemas árabes; a los 16 proclamaba conocer la teoría médica y a los 18 fue nombrado médico del emir, a quien curó de enfermedad grave. Durante algunos años se dedicó a viajar de ciudad en ciudad, hasta que finalmente se estableció como médico en Ramadán, donde el emir lo nombró su médico y visir. Avicena fue un intelectual que amaba los placeres de la vida; su vigor físico le permitía combinar el estudio con su pasión por el vino y las mujeres. En su autobiografía, escribió: "Cuando me hallo ante una dificultad, reviso mis notas e invoco al Creador. Por las noches, cuando me siento débil o somnoliento, me reconforto con un vaso de vino".
Entrada del hospital de Kayseri, construido en 1205.
Entrada del hospital de Kayseri, construido en 1205.
El Canon se compone de cinco tomos que abarcan fisiología, higiene, terapéutica y materia médica. Su contenido en gran parte es copiado de Hipócrates y Galeno, adoptando la antigua teoría humoral griega de la enfermedad. Aun cuando carece de originalidad, presenta con admirable precisión una síntesis del saber médico de su tiempo. Entre los contemporáneos de Avicena, aunque menos importantes, figuran: Avenzoar, que usó los márgenes del Canon para hacer apuntes, y Arnaldo de Vilanova, que apodaba a Avicena "copista profesional". No obstante, su obra continuó siendo el principal tratado de medicina de las universidades europeas por muchos siglos y usado en escuelas de medicina, como las de Lovaina y Montpellier, hasta el año 1650. En la España musulmana, en el siglo XII, brillaron los médicos filósofos: Avenzoar, Averroes y Maimónides, quienes ejercieron gran influencia sobre la medicina y el pensamiento de su época.
Averroes, según un dibujo a tinta, por Rafael.
Averroes, según un dibujo a tinta, por Rafael.
El sevillano Abu Mervan ibn Zuhr (Avenzoar, 1073-1162) fue un rico aristócrata, descendiente de varias generaciones de médicos, enemigo de los charlatanes y partidario de la independencia de criterio, aunque fuera para oponerse a Galeno. Su mejor obra es el Libro de la ciencia de curar y del régimen, en que abundan experiencias personales, observaciones objetivas y juicios basados en prácticas racionales. Distinguió entre enfermedades cardíacas primarias y secundarias, describió la pericarditis, la parálisis de la faringe y la otitis media; se opuso a los purgantes, abogó decididamente por la venesección y creyó sin reservas en las virtudes del bezoar que se pensaba era producido por los ojos de un ciervo. Su amigo y discípulo, el cordobés Abu Walid ibn Rushd (Averroes, 1126-1198) se hizo famoso por sus doctrinas filosóficas, que representaron un peligro para la ortodoxia católica, por lo que las prohibieron los papas Gregorio IX y Urbano IV. Acentuó el contraste entre razón y fe, filosofía y religión, y negó la inmortalidad de las almas individuales, siguiendo la filosofía de Aristóteles, por lo que fue perseguido tanto por los musulmanes como por los cristianos. Averroes dejó escrito el Kitab al-Kullyat (en latín, Colliget), siete tomos en los que se limitó a comentar el Canon de Avicena, añadiéndole muy poco de su propia experiencia. El más notable de los discípulos de Averroes, fue otro cordobés, Mosheh ben Maymon (Maimónides, 1135-1204), mejor conocido como filósofo y talmudista que como médico. Trató de conciliar la razón con la fe, y la religión judaica con la filosofía aristotélica, dando especial importancia a la libertad humana. Al producirse la invasión almohade, huyó de Córdoba, pasó a Fez y de allí a Egipto, donde el gran sultán Saladino le nombró su médico personal. Fue enemigo acérrimo de los cruzados y del rey de Inglaterra Ricardo I, Corazón de León. Su obra médica más conocida fue Fusul Musa, colección de 1.500 refranes extractados de los escritos de Galeno, combinados con unos 40 comentarios críticos. También escribió un tratado sobre las hemorroides, un libro sobre venenos y antídotos, una disertación sobre el asma y un tratado famoso sobre relaciones sexuales (en latín, Ars Ceundi), que constaba de 19 capítulos. Para el mayor de los hijos de Saladino, que padecía de melancolía y se quejaba de mala digestión e irregularidad en las defecaciones, Maimónides escribió un tratado sobre dietética, higiene y climatología, que por siglos fue considerado una obra maestra. El trabajo que hizo imperecedera la fama de Maimónides fue Guía de descarriados, cuya filosofía influyó profundamente en Tomás de Aquino, en el desarrollo del pensamiento cristiano y del escolasticismo. El principio fundamental de todos sus estudios fue: "Emplea la razón y te será posible discernir lo que se dice figurativa e hiperbólicamente y qué significa literalmente". En su época, tal invitación al intelecto individual constituía una crasa herejía que le valió ser combatido por los cristianos y musulmanes ortodoxos. Maimónides fue la última de las grandes figuras médicas producidas por la civilización hispano-árabe, y después de él declina la medicina musulmana. Sólo ocho años después de su muerte (1212), Alfonso VIII de Castilla ganaba la célebre batalla de las Navas de Tolosa, victoria decisiva en la historia de la Reconquista, y dos décadas después las hordas mongólicas se apoderaban de la mayor parte del territorio musulmán.

Farmacología 
Las escuelas árabes introdujeron en la medicina un gran número de drogas, hierbas y elementos químicos, dando un gran impulso al arte farmacéutico. Geber (o Jeber), alquimista árabe que vivió a fines del siglo VIII y principios del IX, buscando el procedimiento para la fabricación del oro, mejoró los métodos para la evaporación, filtración, sublimación, destilación y cristalización, y descubrió el nitrato de plata, el agua regia, el sublimado corrosivo, el acetato de plomo y otros compuestos químicos. El trabajo más completo sobre botánica y medicina en la Edad Media fue Cuerpo de los Simples, por Ibn al-Baitar (1197-1248), eminente botánico malagueño que coleccionó plantas y drogas a todo lo largo del Mediterráneo, desde España a Siria, describiendo más de 1.500 substancias medicinales.
Fachada y corte transversal del hospital árabe en Granada.
Fachada y corte transversal del hospital árabe en Granada.
En el siglo siguiente, el judío Kohen al-Attar escribió un libro de texto sobre la farmacopea, en el que estableció normas profesionales de carácter general. Entre las medicinas aportadas por los árabes se cuentan el ámbar, almizcle, clavo, pimienta, jengibre chino, areca, sándalo, ruibarbo, nuez moscada, alcanfor, sena, casis y nuez vómica, que sirvieron para desarrollar un lucrativo comercio entre las farmacias árabes y los países europeos, llegando incluso las transacciones comerciales a ser fuente de la riqueza de las repúblicas marítimas de Italia, como Venecia. Las farmacias, adornadas con fuentes de mosaicos azules, se convirtieron en centros de murmuración, intercambio de conocimientos alquímicos y lectura de horóscopos. En ellas se vendían hierbas, simples, miel, jarabes, esencia de flores (preferidas por los médicos para lavar las manos), cataplasmas y aguas aromáticas. Con sus exquisitos tarros y botellas de cerámica para guardar las drogas, contribuyeron las farmacias árabes al esplendor del arte [20] .

Hospitales 
Uno de los aspectos de la medicina árabe que influyó más profundamente en el desarrollo de la medicina en la Europa medieval, fueron los hospitales, tanto por el tratamiento que recibía el enfermo como por su contribución a la enseñanza de la medicina. Los hospitales islámicos fueron modelo de bondad humana, especialmente en el tratamiento de los enfermos mentales.
Farmacéutico árabe moliendo en el almirez los ingredientes de una receta
Farmacéutico árabe moliendo en el almirez los ingredientes de una receta.
En el hospital Mansur de El Cairo, los pabellones con pacientes afiebrados se refrescaban con surtidores de agua; poseía salones de lectura, una biblioteca, capillas, dispensario y enfermeros de ambos sexos. Contaban además con recitadores del Corán, músicos para hacer dormir a los enfermos, contadores de cuentos para distraerlos, y a los que eran dados de alta, se les proporcionaba dinero con el fin de hacerles más fácil la convalecencia. Los hospitales árabes impresionaron muy favorablemente a los peregrinos cristianos que iban a la Tierra Santa, inspirándoles la creación de uno en Jerusalén, en el siglo XI, que más tarde fue ampliado por los cruzados, convirtiéndose en el núcleo de la orden religiosa del Hospital de San Juan de Jerusalén, los famosos hospitalarios que desempeñaron papel tan importante en las Cruzadas.

La herencia 
La medicina árabe conservó para el Occidente el tesoro médico producido por los griegos, enriqueciéndolo con sus adelantos en química, farmacia, botánica y administración de hospitales. Las mentes profundas de los sabios de la España musulmana, añadieron sutileza al arte de los médicos, ahondando las raíces de la medicina práctica. De vital importancia para el desarrollo de la medicina fue el hecho de haberse practicado por más de mil años dos sistemas paralelos y ambos básicamente con el origen común de la medicina griega. Aun cuando el latín era el idioma de la medicina en Europa, el árabe permaneció por muchos siglos como la lengua científica en países tan distantes como España e India. La gran contribución de los profesores y médicos árabes fue hacer la Medicina realmente internacional y convertirla en un eslabón entre el Oriente y Occidente. Además, el choque entre el mundo árabe y cristiano, durante los dos siglos que duraron las Cruzadas, estrechó los lazos culturales, médicos y farmacológicos entre los nacientes centros del saber. Los médicos y alquimistas que florecieron con la dominación islámica, procedían de los más diversos orígenes étnicos, recibiendo su inspiración de Grecia, Roma, Siria, China e India. Cuando la medicina y la ciencia islámica comenzaron a decaer para estancarse totalmente en el siglo XIII, sus semillas habían sido ya transmitidas y sembradas en el suelo de la Europa medieval, esperando el riego fertilizante del Renacimiento.
Rendición de Boabdil, último rey moro de Granada, ante los Reyes Católicos, el 2 de enero de 1492.
Rendición de Boabdil, último rey moro de Granada, ante los Reyes Católicos, el 2 de enero de 1492.
EL MUNDO ÁRABE AYER Y HOY
La Reconquista consumó la expulsión de los últimos moros que quedaban en España, coincidiendo con el descubrimiento de América; mas los árabes han dejado vestigios, sobre todo en el sur de la Península ibérica, que evidencian su influencia pretérita. Lo que antaño fuera el mundo unificado de los árabes, en cinco siglos se ha fragmentado hasta tal punto que existen entre algunas de sus partes diferencias en su grado de civilización que las sitúan a mil años de distancia. Hay regiones en Arabia que continúan todavía como en tiempos del Profeta, víctimas de las mismas enfermedades y los mismos azotes de la Naturaleza. La introducción en ellas de métodos modernos de explotación petrolífera, las vías aéreas y la labor de la Organización Mundial de la Salud, apenas han iniciado el cambio de las costumbres de los viejos tiempos.
En Libia, sólo a las mujeres se les permite ver la cara de las enfermeras.
En Libia, sólo a las mujeres se les permite ver la cara de las enfermeras.
En el otro extremo de la otrora brillante civilización árabe, España es un país moderno que se mantiene al nivel de sus vecinos de Europa, en lo que al desarrollo industrial y comercial se refiere. Sin embargo, desde La Meca hasta Andalucía se extiende una cadena cultural que recuerda al que fue mundo árabe: en arquitectura, costumbres, artes manuales, jardinería, lengua y música. En los tiempos actuales, los países árabes deben hacer frente al esfuerzo, algunas veces penoso, de adaptar su pensamiento y modos de vida al raudo progreso del mundo electrónico. Por otra parte, la ciencia médica del siglo XX está venciendo, lenta pero eficazmente, las enfermedades endémicas, como el paludismo y el tracoma, lo que prolonga la longevidad, aumenta el índice demográfico y encarece la vida, con la consiguiente escasez de los medios de subsistencia. La inestabilidad política en la mayoría de los países que habían integrado el antiguo mundo árabe obedece en parte al gran esfuerzo físico y mental que resulta del choque entre dos culturas.
La Caaba, templo musulmán en La Meca, está formada por bloques de piedra y cubierta por un pabellón de seda negra
La Caaba, templo musulmán en La Meca, está formada por bloques de piedra y cubierta por un pabellón de seda negra
Futuras enfermeras, rezan arrodilladas antes de dar comienzo a sus estudios diarios. Dato curioso: sus cuerpos miran en dirección a La Meca.
Futuras enfermeras, rezan arrodilladas antes de dar comienzo a sus estudios diarios. Dato curioso: sus cuerpos miran en dirección a La Meca .
Vista parcial de la sala de recepciones en el palacio de Teherán. La cama ceremonial, incrustada de piedras preciosas, es obra de la artesanía india.
Vista parcial de la sala de recepciones en el palacio de Teherán. La cama ceremonial, incrustada de piedras preciosas, es obra de la artesanía india.

Superior izquierda: Moderno centro médico en Hammam Bou Hadjar, Argelia. Abajo izquierda: Recepción celebrada en el patio de la alhambra de Riyadh, Arabia Saudita. Derecha: En Ouarzazate, Marruecos, barbero ambulante practicando una sangría por medio de ventosas.
Moderno centro médico en Shiraz, Irán, con profusión de jardines y azoteas
Moderno centro médico en Shiraz, Irán, con profusión de jardines y azoteas.
Médicos árabes, con sus nítidas y típicas chilabas, frente a la enfermería de Touggourt, en Argelia
Médicos árabes, con sus nítidas y típicas chilabas, frente a la enfermería de Touggourt, en Argelia.
Bajorrelieve en las tumbas de los reyes Aqueménidas, que forman parte de las ruinas de Persépolis, antigua capital del imperio persa.
Bajorrelieve en las tumbas de los reyes Aqueménidas, que forman parte de las ruinas de Persépolis, antigua capital del imperio persa.
Escena típica en un zoco de Marrakex, Marruecos
Escena típica en un zoco de Marrakex, Marruecos
Mujeres en Rissani, Marruecos, esperan su turno para ser tratadas por un oftalmólogo.
Mujeres en Rissani, Marruecos, esperan su turno para ser tratadas por un oftalmólogo.

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