El municipio cántabro de Liérganes se encuentra en zona de transición hacia las zonas más altas de Cantabria, junto en el sur de la bahía de Santander. Tiene una extensión de 36,7 kilómetros cuadrados y una población de 2.267 habitantes que se reparten en los distintos caseríos, aunque se da una tendencia a la concentración en el barrio del Mercadillo.
La población vive del subsector ganadero (la superficie labrada es sólo del 2%) y últimamente, y cada vez más, del turismo. Estamos desde 1976 en otro de esos conjunto histórico-artísticos perfectos, restaurado de cabo a rabo, con casonas de piedra, geranios en los balcones, puentes, etc. Todo muy apañado, incluso tiene hasta leyenda propia.
Por lo visto de Liérganes fue natural Francisco Vega (1660), hijo de Francisco Vega y de María Casar. Con 16 años este individuo fue a practicar el oficio de carpintero a Bilbao. En la capital vasca se bañó en la ría y al no volver a su pueblo le dieron por muerto. Más cinco años después apareció, tras ser pescado con cebos de pan por unos pescadores, allá en la bahía de Cádiz (1769); por si fuera poco, Francisco, el hombre pez, tenía el cuerpo cubierto de escamas…
Liérganes es un pueblo acompasado, junto al río, con muchas casas y casonas de piedra. No muestra documentos espectaculares, pero el conjunto es armonioso. Cuenta, además, con media docena de tiendas de recuerdos, terrazas y bares en la rúa Camilo Alonso Vega y en el barrio del Mercadillo. En casi todas las cafeterías ponen chocolate con churros.
El núcleo aparece documentado en el 816 y en el siglo XIV ya era una behetría; es decir, los labradores escogían su señor y pagaban los tributos en especies, pero Liérganes comenzó realmente a crecer a raíz de la llegada de Juan Curtius, quien se dedicó a fundir cañones; de hecho, parece que aquí se instalaron los primeros altos tronos de España y aquí se halla la famosa casa de los Cañones.
Tiene Liérganes -pueblo de lo más arreglado- numerosos rincones pintorescos y de fachada montañesa: plaza empedrada del Marqués de Valdecilla, solanas (con los geranios colgando), cruceros (como el de Rubalcaba), etc. Es, además, un buen sitio para probar el queso de nata y para comerse unos sacristanes o pastelillos de hojaldre, o su famoso chocolate con churros.
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