miércoles, 29 de marzo de 2017

La mujeres de la EDAD MEDIA./// ISAAC. O. AIKINS.

                                                LA MUJER  DE  EDAD MEDIA.    

 

La Mujer en la Edad Media
La Mujer en la Edad MediaEl principal problema que nos encontramos a la hora de definir la Historia de las Mujeres en la Edad Media, es su ausencia en las fuentes escritas, por lo que no es fácil rastrear sus actividades diarias, sus posicionamientos o pensamientos sino que lo poco que sabemos es a través de los escritos masculinos.
Por eso hay que ser cuidadosos a la hora de tener o no por válida la imagen que los clérigos, los únicos que sabían escribir, dan sobre la mujer. A pesar de esta dificultad, hoy en día conocemos a grandes figuras como Leonor de Aquitania, Juana de Arco o Christine de Pisan, así como muchos elementos de su vida cotidiana: podemos conocer qué comían, a qué se dedicaban, cómo cocinaban, qué vestían, etc.
Es realmente difícil determinar si hubo una evolución o un retroceso en la situación de la mujer en la Edad Media. Fueron diez siglos en los que la sociedad, la cultura y las costumbres sufrieron muchas variaciones. Por ejemplo, España comenzó el siglo VIII con tres religiones conviviendo: la judía, la musulmana y la cristiana, que son, además, tres formas distintas de pensar, entender, definir y construir a la mujer.
Si avanzamos en el tiempo, nos encontramos con una Europa - incluida España- cristiana, en la que la Iglesia va tomando poco a poco parcelas de poder; entre ellas, las referidas a la moral. Este orden se ve reforzado por un sistema social muy rígido, marcado únicamente por el nacimiento, donde las diferencias de clase son claras. Estos dos elementos, junto con la proliferación de obras que tratan sobre el carácter femenino, definirán la posición de la mujer a lo largo de la Edad Media.
La Iglesia tenía reservadas para la mujer dos imágenes que pretendía instaurar como modelo en una sociedad cada vez más compleja, que había que dirigir con mano de hierro si se quería controlar. La primera de ellas es la de Eva, que fue creada con la costilla de Adán y propició la expulsión de ambos del Paraíso. La segunda es la de María, que representa, además de la virginidad, la abnegación como madre y como esposa. Ambas visiones pueden parecer contradictorias pero no es sino la impresión general que tenemos de la época: lo ideal frente a lo real.
Adán, Eva y el Pecado Original en un capitel románico
Ligado directamente a este aspecto, y teniendo en cuenta que la virtud más importante para la mujer es la castidad, la cuestión de la sexualidad es ampliamente tratada por el clero. Entorno a ella surgen distintos debates que siempre concluyen en el mismo punto de exigencia para la mujer: despojar al acto sexual de todo goce y disfrute para entenderlo como un deber conyugal, que tiene como objetivo la procreación. Es por tanto, sólo posible dentro del matrimonio y con el esposo, no estando permitida para la mujer, bajo pena de escarnio y muerte, las relaciones extramatrimoniales ni adúlteras. Lo que aún crea debate para los historiadores es si entre los matrimonios, y por tanto en la práctica sexual, existía o no el sentimiento de amor y si fuese así, qué sentido y dimensión tendría.
Si hacemos caso a los libros, el ideal de vida, de amor y de mujer era, como ya se ha visto, más idílica que real, en la que el Amor Cortés era el máximo exponente y la mujer la descrita en él: casta, prudente, trabajadora, honrada, callada y hermosa y sorprendentemente culta, capaz de entretener y sorprender a su caballero. No obstante, es posible encontrar diferencias entre las situaciones femeninas. Algunos historiadores apuntan que la edad es esencial a la hora de estudiar a las mujeres en esta etapa, ya que la sociedad exigía diferentes virtudes y comportamientos en cada momento de la vida.

Casagrande va más allá: en el mundo medieval infancia y adolescencia se unen en una sola etapa, la de la virginidad… es considerada una etapa transitoria, incompleta, preparatoria para la siguiente, que se caracteriza por la reproducción"
Sexualidad medieval
Si nos referimos al físico, como en los saberes y la literatura, se impone el modelo clásico: la figura femenina de las esculturas romana donde las mujeres poseen un vientre abultado y generosos pechos, símbolo de la fertilidad así como una figura algo redonda signo de su clase social. Además gusta la mujer de piel clara que no ha ennegrecido trabajando al sol, de cabellos rubios y rizados, limpios y cuidados. Si tenemos en cuenta las duras condiciones de vida y la casi inexistencia de cosméticos, podemos considerar que se impusieron unos cánones muy extremos, paralelos a la idealización que se hace del amor y de las relaciones de pareja. Posiblemente sea consecuencia de que es la visión que impusieron los hombres religiosos, lejos de la realidad, y por tanto, lejos de las mujeres reales de ese tiempo.
Desde el punto de vista social, podríamos hacer una triple diferenciación en cuanto a la posición de las mujeres en él: la mujer noble, la campesina y la monja. La primera de ellas era la única que podía gozar de grandes privilegios y la que, si fuese posible, podría alcanzar un mayor reconocimiento.
Era el centro del hogar donde se encargaba no sólo del cuidado de los hijos y su educación sino que también de la organización de los empleados que trabajasen para ellos, del control de la economía y en ausencia de su marido, bastante común en la época por las guerras o las cruzadas, o por quedar viuda, era la encargada, como administradora, de tomar las decisiones en sustitución de su marido. La realidad era, según algunos especialistas, que las necesidades que tenían en el del día a día nos permiten conocer ejemplos a través de documentos-diarios, contabilidades del hogar, permisos especiales, etc.- sobre ciertas mujeres que ejercían como lo hicieran sus maridos o que incluso podían llegar a alcanzar un gran poder social.
El día de la mujer noble podía llegar a ser agotador dependiendo de las posesiones que tuviese que dirigir, de sus empleados y del número de familia. De cualquiera de las formas, era un trabajo más complicado de lo que la literatura clásica ha dado a entender. No obstante, el dinero o el prestigio no hacía que estas mujeres fueran plenamente felices y es que se jugaba con ellas desde que eran utilizadas como moneda de cambio a través de las uniones matrimoniales, que servían para sellar pactos estratégicos o políticos, y así aumentar las posesiones de uno u otro hombre. A la mayor parte no se les permitía intervenir en política y, aunque eran las transmisoras de la dote, según la Legislación, no podían gozar de ella ni en su estado de casadas, solteras o viudas, porque pertenecían al padre, al esposo o al hijo.
Pero, sin lugar a dudas, era la mujer campesina medieval la que más duras condiciones de vida tuvo que soportar: dentro del hogar era la encargada de la cocina, de las ropas, de la limpieza, de la educación de los hijos, etc. Fuera de él debía ocuparse del ganado y del huerto, cuando no debía trabajar también en las tierras de cultivo. Si por el contrario la mujer residía en la ciudad, además de ocuparse de su familia y la casa, debía hacerlo del negocio familiar o ayudar a su marido en cualquiera de las actividades que éste llevase a cabo. Si ambos cobraban un salario, el de la mujer era notablemente menor, a pesar de que realizasen los mismos trabajos.
Este hecho es especialmente lacerante cuando la mujer es soltera o viuda y deja el hogar para trabajar, normalmente en el servicio doméstico- representa la mayoría-, en el hilado, o como lavandera o cocinera. Pero también lo hace, como decimos, en el campo como braceras o jornaleras.

Por último, la mujer que opta por dedicar a Dios su vida es una mujer que ha cometido pecados en su vida y quiere redimirse, o bien una segundona que ha visto cómo su dote se ha ido con una hermana mayor, o simplemente una mujer que ve el convento como salida a un casi seguro matrimonio pactado. Esta mujer ha sido la que más expectación ha generado en la historiografía, derivada de las particularidades de los conventos y la relativa libertad que se vivían dentro de ellos.
Un caso especial muy estudiado también, lo suponen las beguinas, mujeres que dedican su existencia a la religión pero que lejos de ingresar en un convento, mantienen su vida cotidiana fuera de éste. Estas mujeres pretendían tener un contacto inmediato con Dios, sin intermediación de la Iglesia, para establecer un diálogo directo con Él. Del mismo modo, se dedicaban a la defensa y el cuidado de los pobres, de los enfermos y los huérfanos, y a un campo poco común, el del conocimiento: traducían obras religiosas a lenguas comunes.
Mujeres tocando instrumentos musicales en la Edad Media
La Educación es uno de esos campos en los que la mujer tiene cierto espacio en la Edad Media. Era ella, desde que la mayoría de la población es analfabeta, la encargada de transmitir la cultura y los conocimientos que poseía a los hijos y las hijas. Si nos referimos a las nobles, hoy en día sabemos que la mayoría de ellas sí cultivaron los saberes. Dominando la escritura y la lectura, aprendieron otras lenguas, se instruyeron en ciencias, y en música. Por el contrario, el acceso a la educación para las clases bajas fue mucho más complicado, especialmente en las zonas rurales.
De cualquier forma y a pesar de los conocimientos que tuviesen o su clase social, las instruían en la religión y las enseñaban a organizar un hogar. A las niñas plebeyas las iniciarán en la costura, el hilado y las tareas del huerto y el ganado y si tenían un negocio familiar, a las labores que debían desempeñar. A las nobles se las mostraba cómo dirigir al servicio así como buenos modales y el saber estar.
Las monjas eran las más afortunadas entre todas las mujeres si a la educación nos referimos ya que podían llegar incluso a conocer el latín y el griego y por tanto a leer y escribir. A pesar de que no era lo común, hoy en día sabemos de mujeres que retando a su tiempo, escribieron desde los conventos: Hildegarda de Bingen o Gertrudis de Helfta. Debieron enfrentarse a un cuestionamiento ya que se consideraban sin rigor por el simple hecho de ser mujeres.
Se las consideraba también con menor inteligencia, menos capacidades: las prescripciones o normas que debían seguir las mujeres, independientemente de su edad o clase social, se regían por libros de los monasterios o de la Antigüedad. Destacan las obras de fisiología que argumentaban que la diferencia entre sexos era una cuestión biológica: a las mujeres les atribuían unos humores fríos y húmedos, mientras que a los hombres se les consideraba calientes y secos, la perfección y medida de todas las cosas.
La naturaleza de las mujeres les hacía no sólo ser más débiles en los aspectos morales, sino también en los físicos, porque podía ser causante de todas sus enfermedades, entre ellas la menstruación -que no era sino todo aquello demoniaco que la mujer expulsaba por la vagina-.
Mujer medieval curando a un hombreEstos tratados fisiológicos, junto con otros escritos sobre moral y costumbres, así como una regulación jurídica muy negativa para la mujer, hicieron de la Edad Medía, en su mayoría, una etapa oscura, de austeridad y de prohibiciones para la mujer, en la que su comportamiento estuvo medido por la institución de la Iglesia como único garante del buen orden social y vigilado por los maridos como ejecutores de las normas. Pero también hubo luces.
                      Chistine de Pisan, una de las mujeres intelectuales más famosas de la Edad Media 





La Mujer en la Edad Media
La Mujer en la Edad MediaEl principal problema que nos encontramos a la hora de definir la Historia de las Mujeres en la Edad Media, es su ausencia en las fuentes escritas, por lo que no es fácil rastrear sus actividades diarias, sus posicionamientos o pensamientos sino que lo poco que sabemos es a través de los escritos masculinos.
Por eso hay que ser cuidadosos a la hora de tener o no por válida la imagen que los clérigos, los únicos que sabían escribir, dan sobre la mujer. A pesar de esta dificultad, hoy en día conocemos a grandes figuras como Leonor de Aquitania, Juana de Arco o Christine de Pisan, así como muchos elementos de su vida cotidiana: podemos conocer qué comían, a qué se dedicaban, cómo cocinaban, qué vestían, etc.
Es realmente difícil determinar si hubo una evolución o un retroceso en la situación de la mujer en la Edad Media. Fueron diez siglos en los que la sociedad, la cultura y las costumbres sufrieron muchas variaciones. Por ejemplo, España comenzó el siglo VIII con tres religiones conviviendo: la judía, la musulmana y la cristiana, que son, además, tres formas distintas de pensar, entender, definir y construir a la mujer.
Si avanzamos en el tiempo, nos encontramos con una Europa - incluida España- cristiana, en la que la Iglesia va tomando poco a poco parcelas de poder; entre ellas, las referidas a la moral. Este orden se ve reforzado por un sistema social muy rígido, marcado únicamente por el nacimiento, donde las diferencias de clase son claras. Estos dos elementos, junto con la proliferación de obras que tratan sobre el carácter femenino, definirán la posición de la mujer a lo largo de la Edad Media.
La Iglesia tenía reservadas para la mujer dos imágenes que pretendía instaurar como modelo en una sociedad cada vez más compleja, que había que dirigir con mano de hierro si se quería controlar. La primera de ellas es la de Eva, que fue creada con la costilla de Adán y propició la expulsión de ambos del Paraíso. La segunda es la de María, que representa, además de la virginidad, la abnegación como madre y como esposa. Ambas visiones pueden parecer contradictorias pero no es sino la impresión general que tenemos de la época: lo ideal frente a lo real.
Adán, Eva y el Pecado Original en un capitel románico
Ligado directamente a este aspecto, y teniendo en cuenta que la virtud más importante para la mujer es la castidad, la cuestión de la sexualidad es ampliamente tratada por el clero. Entorno a ella surgen distintos debates que siempre concluyen en el mismo punto de exigencia para la mujer: despojar al acto sexual de todo goce y disfrute para entenderlo como un deber conyugal, que tiene como objetivo la procreación. Es por tanto, sólo posible dentro del matrimonio y con el esposo, no estando permitida para la mujer, bajo pena de escarnio y muerte, las relaciones extramatrimoniales ni adúlteras. Lo que aún crea debate para los historiadores es si entre los matrimonios, y por tanto en la práctica sexual, existía o no el sentimiento de amor y si fuese así, qué sentido y dimensión tendría.
Si hacemos caso a los libros, el ideal de vida, de amor y de mujer era, como ya se ha visto, más idílica que real, en la que el Amor Cortés era el máximo exponente y la mujer la descrita en él: casta, prudente, trabajadora, honrada, callada y hermosa y sorprendentemente culta, capaz de entretener y sorprender a su caballero. No obstante, es posible encontrar diferencias entre las situaciones femeninas. Algunos historiadores apuntan que la edad es esencial a la hora de estudiar a las mujeres en esta etapa, ya que la sociedad exigía diferentes virtudes y comportamientos en cada momento de la vida.

Casagrande va más allá: en el mundo medieval infancia y adolescencia se unen en una sola etapa, la de la virginidad… es considerada una etapa transitoria, incompleta, preparatoria para la siguiente, que se caracteriza por la reproducción"
Sexualidad medieval
Si nos referimos al físico, como en los saberes y la literatura, se impone el modelo clásico: la figura femenina de las esculturas romana donde las mujeres poseen un vientre abultado y generosos pechos, símbolo de la fertilidad así como una figura algo redonda signo de su clase social. Además gusta la mujer de piel clara que no ha ennegrecido trabajando al sol, de cabellos rubios y rizados, limpios y cuidados. Si tenemos en cuenta las duras condiciones de vida y la casi inexistencia de cosméticos, podemos considerar que se impusieron unos cánones muy extremos, paralelos a la idealización que se hace del amor y de las relaciones de pareja. Posiblemente sea consecuencia de que es la visión que impusieron los hombres religiosos, lejos de la realidad, y por tanto, lejos de las mujeres reales de ese tiempo.
Desde el punto de vista social, podríamos hacer una triple diferenciación en cuanto a la posición de las mujeres en él: la mujer noble, la campesina y la monja. La primera de ellas era la única que podía gozar de grandes privilegios y la que, si fuese posible, podría alcanzar un mayor reconocimiento.
Era el centro del hogar donde se encargaba no sólo del cuidado de los hijos y su educación sino que también de la organización de los empleados que trabajasen para ellos, del control de la economía y en ausencia de su marido, bastante común en la época por las guerras o las cruzadas, o por quedar viuda, era la encargada, como administradora, de tomar las decisiones en sustitución de su marido. La realidad era, según algunos especialistas, que las necesidades que tenían en el del día a día nos permiten conocer ejemplos a través de documentos-diarios, contabilidades del hogar, permisos especiales, etc.- sobre ciertas mujeres que ejercían como lo hicieran sus maridos o que incluso podían llegar a alcanzar un gran poder social.
El día de la mujer noble podía llegar a ser agotador dependiendo de las posesiones que tuviese que dirigir, de sus empleados y del número de familia. De cualquiera de las formas, era un trabajo más complicado de lo que la literatura clásica ha dado a entender. No obstante, el dinero o el prestigio no hacía que estas mujeres fueran plenamente felices y es que se jugaba con ellas desde que eran utilizadas como moneda de cambio a través de las uniones matrimoniales, que servían para sellar pactos estratégicos o políticos, y así aumentar las posesiones de uno u otro hombre. A la mayor parte no se les permitía intervenir en política y, aunque eran las transmisoras de la dote, según la Legislación, no podían gozar de ella ni en su estado de casadas, solteras o viudas, porque pertenecían al padre, al esposo o al hijo.
Pero, sin lugar a dudas, era la mujer campesina medieval la que más duras condiciones de vida tuvo que soportar: dentro del hogar era la encargada de la cocina, de las ropas, de la limpieza, de la educación de los hijos, etc. Fuera de él debía ocuparse del ganado y del huerto, cuando no debía trabajar también en las tierras de cultivo. Si por el contrario la mujer residía en la ciudad, además de ocuparse de su familia y la casa, debía hacerlo del negocio familiar o ayudar a su marido en cualquiera de las actividades que éste llevase a cabo. Si ambos cobraban un salario, el de la mujer era notablemente menor, a pesar de que realizasen los mismos trabajos.
Este hecho es especialmente lacerante cuando la mujer es soltera o viuda y deja el hogar para trabajar, normalmente en el servicio doméstico- representa la mayoría-, en el hilado, o como lavandera o cocinera. Pero también lo hace, como decimos, en el campo como braceras o jornaleras.

Por último, la mujer que opta por dedicar a Dios su vida es una mujer que ha cometido pecados en su vida y quiere redimirse, o bien una segundona que ha visto cómo su dote se ha ido con una hermana mayor, o simplemente una mujer que ve el convento como salida a un casi seguro matrimonio pactado. Esta mujer ha sido la que más expectación ha generado en la historiografía, derivada de las particularidades de los conventos y la relativa libertad que se vivían dentro de ellos.
Un caso especial muy estudiado también, lo suponen las beguinas, mujeres que dedican su existencia a la religión pero que lejos de ingresar en un convento, mantienen su vida cotidiana fuera de éste. Estas mujeres pretendían tener un contacto inmediato con Dios, sin intermediación de la Iglesia, para establecer un diálogo directo con Él. Del mismo modo, se dedicaban a la defensa y el cuidado de los pobres, de los enfermos y los huérfanos, y a un campo poco común, el del conocimiento: traducían obras religiosas a lenguas comunes.
Mujeres tocando instrumentos musicales en la Edad Media
La Educación es uno de esos campos en los que la mujer tiene cierto espacio en la Edad Media. Era ella, desde que la mayoría de la población es analfabeta, la encargada de transmitir la cultura y los conocimientos que poseía a los hijos y las hijas. Si nos referimos a las nobles, hoy en día sabemos que la mayoría de ellas sí cultivaron los saberes. Dominando la escritura y la lectura, aprendieron otras lenguas, se instruyeron en ciencias, y en música. Por el contrario, el acceso a la educación para las clases bajas fue mucho más complicado, especialmente en las zonas rurales.
De cualquier forma y a pesar de los conocimientos que tuviesen o su clase social, las instruían en la religión y las enseñaban a organizar un hogar. A las niñas plebeyas las iniciarán en la costura, el hilado y las tareas del huerto y el ganado y si tenían un negocio familiar, a las labores que debían desempeñar. A las nobles se las mostraba cómo dirigir al servicio así como buenos modales y el saber estar.
Las monjas eran las más afortunadas entre todas las mujeres si a la educación nos referimos ya que podían llegar incluso a conocer el latín y el griego y por tanto a leer y escribir. A pesar de que no era lo común, hoy en día sabemos de mujeres que retando a su tiempo, escribieron desde los conventos: Hildegarda de Bingen o Gertrudis de Helfta. Debieron enfrentarse a un cuestionamiento ya que se consideraban sin rigor por el simple hecho de ser mujeres.
Se las consideraba también con menor inteligencia, menos capacidades: las prescripciones o normas que debían seguir las mujeres, independientemente de su edad o clase social, se regían por libros de los monasterios o de la Antigüedad. Destacan las obras de fisiología que argumentaban que la diferencia entre sexos era una cuestión biológica: a las mujeres les atribuían unos humores fríos y húmedos, mientras que a los hombres se les consideraba calientes y secos, la perfección y medida de todas las cosas.
La naturaleza de las mujeres les hacía no sólo ser más débiles en los aspectos morales, sino también en los físicos, porque podía ser causante de todas sus enfermedades, entre ellas la menstruación -que no era sino todo aquello demoniaco que la mujer expulsaba por la vagina-.
Mujer medieval curando a un hombreEstos tratados fisiológicos, junto con otros escritos sobre moral y costumbres, así como una regulación jurídica muy negativa para la mujer, hicieron de la Edad Medía, en su mayoría, una etapa oscura, de austeridad y de prohibiciones para la mujer, en la que su comportamiento estuvo medido por la institución de la Iglesia como único garante del buen orden social y vigilado por los maridos como ejecutores de las normas. Pero también hubo luces.
Chistine de Pisan, una de las mujeres intelectuales más famosas de la Edad Media
En la actualidad se han multiplicado los estudios sobre esta época y sabemos gracias al trabajo de muchas historiadoras, de grandes mujeres que retaron a su tiempo o de actividades en las que la mujer era el centro. Una de ellas era la medicina familiar de la que las mujeres, especialmente aquellas rurales, tenían un conocimiento de las plantas y los remedios que podían utilizarse para curar las enfermedades.
Es por tanto una etapa de luz y de sombras, de pasos hacia delante y hacia atrás donde, desgraciadamente, la posición de la mujer fue de inferioridad pero donde, las mujeres buscaban huecos, agujeros por los que salir.





















   
En la actualidad se han multiplicado los estudios sobre esta épo

ca y sabemos gracias al trabajo de muchas historiadoras, de grandes mujeres que retaron a su tiempo o de actividades en las que la mujer era el centro. Una de ellas era la medicina familiar de la que las mujeres, especialmente aquellas rurales, tenían un conocimiento de las plantas y los remedios que podían utilizarse para curar las enfermedades.
Es por tanto una etapa de luz y de sombras, de pasos hacia delante y hacia atrás donde, desgraciadamente, la posición de la mujer fue de inferioridad pero donde, las mujeres buscaban huecos, agujeros por los que salir.

LA MUJER DE EDAD MEDIA


                                    LA MUJER EN EDAD MEDIA
EDAD MEDIA S.V –S.XV            LA MUJER
           LA MUJER  Durante el período conocido como la  Edad Media (S.V – S.XV) la figura  femenina estaba condicionada según el  l...

La mujer en la sociedad Pueden distinguirse tres categorías de  mujeres durante la Edad Media: La noble La campesina L...




El ideal de Femineidad De carácter más idílico que real, la mujer  debía reunir características tales como  casta, pruden...



La Mujer del Medievo




La imagen de la mujer medieval callada, sumisa e inútil es al mismo tiempo tan falsa como cierta. Verdaderamente, la mujer medieval no tenía los mismos derechos que el hombre, ni se le daba el mismo crédito ni se le permitía acceder a los mismos privilegios, pero toda esta costumbre era realmente más psicológica que realista. Era más un ignorar las concesiones de dichas normas sociales que un aferramiento pétreo a las mismas. Por así decirlo, la sociedad ignoraba tanto a la mujer debido a la centralización de los valores masculinos que había un enorme vacío que otras civilizaciones como la sarracena o la griega llenaban con prejuicios y prohibiciones, pese a que la Iglesia intentara llenar este vacío.

La mujer plebeya trabajaba exactamente en lo mismo que el hombre, y viceversa. Había herreras, labriegas, barberas (que también actuaban como dentistas en la época), cereras y curtidoras como también había herreros, labriegos, tejedores y sederos, aunque se consideraba que las manos de la mujer eran más delicadas, y por tanto más adecuadas para los trabajos delicados (cardar lana, tejer sedas, hilar…). Había también artistas femeninos, ya fueran juglares, soldaderas (una mezcla entre juglares y prostitutas que acompañaban a los ejércitos), malabaristas o trovadoras (aunque en este último campo los hombres eran grandemente mayoritarios); por supuesto este trabajo debía compaginarse con el cuidado y educación de los hijos del matrimonio hasta que éstos podían ser válidos para el trabajo, el cuidado de la casa como ama de la misma y cumplir con los dereres conyugales para con el marido.

La mujer noble, por su parte, tenía una larga lista de obligaciones que debía compaginar con su propia posición social, aunque ello no le impedía que tomara por suyos los derechos que la ley y la iglesia se empecinaban en quitarles. Una dama de la nobleza debía ser instruída en las Sagradas Escrituras, en la etiqueta cortesana y en historias y poemas románticos, siendo fuente de gran entretenimiento en tiempos de paz, especialmente durante los meses de invierno. Muchas eran grandes administradoras, por lo que las cuentas del castillo pasaban por sus manos, así como repartir limosna a los pobres, resolver disputas entre campesinos y llevar relaciones con la Iglesia local. Si su marido estaba ausente, la esposa era quien quedaba a cargo de toda la hacienda. No pocas castellanas sabían tanto de la defensa contra un asedio como sus maridos, y no era infrecuente que en tiempo de guerra defendieran una plaza y mandaran soldados. Muchas damas de la nobleza sabían cabalgar, cazar, usar una ballesta, lanzar una jabalina o manejar una lanza tan bien como la mayoría de los hombres. Además, muchas aprendían las artes de la medicina y la curación, y se esperaba de ellas que pudieran recomponer un hueso roto o coser una herida de espada con habilidad y fortaleza.

Respecto a la idea de que la tradición feudal veía a las mujeres guerreras como una herejía, dicha idea no es del todo correcta. La cultura caballeresca occidental veía a las mujeres guerreras (al igual que a los clérigos guerreros) como un fenómeno chocante que inspiraba estima y valor a sus amigos, soldados o camaradas de armas. Su problema era que muchas veces se las veía como a caballeros de menor grado, ya que para muchos caballeros occidentales la mujer no podía compararse a ellos en el uso de armas nobles (hay que tener en cuenta que la gran mayoría de mujeres que llegaban a tomar las armas como maitresse no solían tener el durísimo entrenamiento que los caballeros masculino solían iniciar a los siete años), para ira de la Iglesia, que aún estaba anegada en la visión de la mujer-objeto. De todas formas, estas amazonas eran honrosas y gloriosas excepciones, y si bien muchas veces atraían desprecios o burlas, eran principalmente por tres motivos: 1. Ofenderlas para que se vieran impelidas a demostrar lo contrario, lo que mejoraba su destreza guerrera. 2. Disimular y aceptar de boquilla las normas establecidas. 3. Muchas de estas mujeres eran de las más altas cunas nobles (incluso algunas Reinas, Princesas o Duquesas), por lo tanto, pese a no haber sido entrenadas desde la infancia para la guerra solían tener mejores equipos, mesnadas más grandes y mayor posición social, lo que atraía envidias del resto de caballeros. En ocasiones, dichas maitresse surgían del hecho de que algunos matrimonios no tenían hijos varones, y por tanto a veces sus hijas recibían una educación más viril.

Por supuesto, y pese a todas estas excepciones, gran parte de las mujeres nobles seguían siendo tratadas como mercancías y métodos de crianza de hijos y eran marginadas tal y como se dice de la Edad Media.

Un ejemplo claro era el matrimonio: pocas veces por amor, los matrimonios solían pactarse por razones de interés o conveniencia, como prenda de amistad para una reconciliación o como vínculo entre familias. La mujer noble estaba obligada a ser virtuosa y fiel a su marido so pena de muerte, mientras que éste se permitía una completa libertad sexual. Aquellos suficientemente adinerados para mantener concubinas le importaban poco los reproches de su mujer y las censuras de la Iglesia, e incluso muchos se enorgullecían de sus bastardos y los tenían como elementos preciados de su mesnada, recibiendo casi el mismo trato que los hijos legítimos. Además, a pesar del veto formal de la iglesia, el divorcio existía y se usaba, apelando a la disolución del matrimonio, muchas veces con cosanguinidad entre cónyuges (hasta llegar a casos como parentesco de primos en cuarto grados, ahijados del mismo padrino o hasta ahijado de un padrino e hija de éste), habiendo a veces tales cadenas de divorcios que se hacía difícil comprobar la realidad de parentesco entre ambos esposos. A veces, por el contrario, la Iglesia hacía uso de su derecho a anular un matrimonio y separaba por la fuerza –mediante amenaza de excomunión- a cónyuges con dichos lazos, como por ejemplo un tatarabuelo común.

Sin embargo, la mujer tenía un papel privilegiado aunque poco conocido en la Europa medieval, especialmente en Francia. A medida que los primeros apellidos se iban conformando, se iban creando patriarcados y familias unidas por el apellido, y muchas veces debido a la poligamía de los hombres en diversos lugares (Francia era quizá el más notable) era la mujer quien transmitía el apellido.



HANAN LA MUJER EN LA EDAD MEDIA

         


                                    LA MUJER EN LA EDAD MEDIA
la mujer en la EDAD MEDIA
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 Debía de organizar la casa (en todos los sentidos: cocina, limpieza…) y estar al  cuidado de los hijos. Además de  trabajar en el campo o en la ciudad, contribuyendo a la economía familiar.
Eran muy pocas las que trabajaban fuera del ámbito familiar, de forma independiente. No obstante, hay constancia de que en Córdoba las mujeres podían aprender un oficio artesano, de que en Sevilla existían telares dirigidos por mujeres o que en ciudades como Cuenca/ Palencia no se prohibía a la mujer la práctica de algún oficio. De hecho, en el Registro de Alcabalas (impuesto) de la Corona de Castilla, está  documentado la contribución y el oficio que desempeñaban algunas mujeres (lenceras, silleras, zapateras, calceteras, zurradoras…). Como por ejemplo  Maria Lopes (1448), la tocinera que arrendaba casas de la Cofradía del Salvador, Palencia.
 La monja
Imagen 6
Este tipo de mujer dejaba toda su vida para dedicársela  enteramente a Dios.  Aunque  no todas ingresaban en un monasterio con este fin, sino movidas por otros objetivos: tener una mayor libertad (escapar de un matrimonio pactado…), encontrar  un techo y comida, obtener el perdón por pecados cometidos o por ser viudas (este caso muy dado entre nobles y reinas).
Motivaciones aparte,  lo que sí sabemos es que estamos ante un grupo de mujeres muy valorado, diverso y culto. Pues, sabían leer, escribir y varios idiomas (latín, griego…). Precisamente, de sus manos surgieron tratados muy interesantes sobre diferentes materias. Destacado especialmente, los casos de:
  















La Mujer en la Edad Media HILMI

La Mujer en la Edad Media

El principal problema que nos encontramos a la hora de definir la Historia de las Mujeres en la Edad Media, es su ausencia en las fuentes escritas, por lo que no es fácil rastrear sus actividades diarias, sus posicionamientos o pensamientos sino que lo poco que sabemos es a través de los escritos masculinos.

Por eso hay que ser cuidadosos a la hora de tener o no por válida la imagen que los clérigos, los únicos que sabían escribir, dan sobre la mujer. 

A pesar de esta dificultad, hoy en día conocemos a grandes figuras como Leonor de Aquitania, Juana de Arco o Christine de Pisan, así como muchos elementos de su vida cotidiana: podemos conocer qué comían, a qué se dedicaban, cómo cocinaban, qué vestían, etc.

Mujeres tocando instrumentos musicales en la Edad Media

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UN VIDEO SOBRE LA MUJER DE LA EDAD MEDIA

























ABDERRAHIM




                  LA MUJER EN LLa Mujer en la Edad Media
La Mujer en la Edad MediaEl principal problema que nos encontramos a la hora de definir la Historia de las Mujeres en la Edad Media, es su ausencia en las fuentes escritas, por lo que no es fácil rastrear sus actividades diarias, sus posicionamientos o pensamientos sino que lo poco que sabemos es a través de los escritos masculinos.
Por eso hay que ser cuidadosos a la hora de tener o no por válida la imagen que los clérigos, los únicos que sabían escribir, dan sobre la mujer. A pesar de esta dificultad, hoy en día conocemos a grandes figuras como Leonor de Aquitania, Juana de Arco o Christine de Pisan, así como muchos elementos de su vida cotidiana: podemos conocer qué comían, a qué se dedicaban, cómo cocinaban, qué vestían, etc.
Es realmente difícil determinar si hubo una evolución o un retroceso en la situación de la mujer en la Edad Media. Fueron diez siglos en los que la sociedad, la cultura y las costumbres sufrieron muchas variaciones. Por ejemplo, España comenzó el siglo VIII con tres religiones conviviendo: la judía, la musulmana y la cristiana, que son, además, tres formas distintas de pensar, entender, definir y construir a la mujer.
Si avanzamos en el tiempo, nos encontramos con una Europa - incluida España- cristiana, en la que la Iglesia va tomando poco a poco parcelas de poder; entre ellas, las referidas a la moral. Este orden se ve reforzado por un sistema social muy rígido, marcado únicamente por el nacimiento, donde las diferencias de clase son claras. Estos dos elementos, junto con la proliferación de obras que tratan sobre el carácter femenino, definirán la posición de la mujer a lo largo de la Edad Media.
La Iglesia tenía reservadas para la mujer dos imágenes que pretendía instaurar como modelo en una sociedad cada vez más compleja, que había que dirigir con mano de hierro si se quería controlar. La primera de ellas es la de Eva, que fue creada con la costilla de Adán y propició la expulsión de ambos del Paraíso. La segunda es la de María, que representa, además de la virginidad, la abnegación como madre y como esposa. Ambas visiones pueden parecer contradictorias pero no es sino la impresión general que tenemos de la época: lo ideal frente a lo real.
Adán, Eva y el Pecado Original en un capitel románico
Ligado directamente a este aspecto, y teniendo en cuenta que la virtud más importante para la mujer es la castidad, la cuestión de la sexualidad es ampliamente tratada por el clero. Entorno a ella surgen distintos debates que siempre concluyen en el mismo punto de exigencia para la mujer: despojar al acto sexual de todo goce y disfrute para entenderlo como un deber conyugal, que tiene como objetivo la procreación. Es por tanto, sólo posible dentro del matrimonio y con el esposo, no estando permitida para la mujer, bajo pena de escarnio y muerte, las relaciones extramatrimoniales ni adúlteras. Lo que aún crea debate para los historiadores es si entre los matrimonios, y por tanto en la práctica sexual, existía o no el sentimiento de amor y si fuese así, qué sentido y dimensión tendría.
Si hacemos caso a los libros, el ideal de vida, de amor y de mujer era, como ya se ha visto, más idílica que real, en la que el Amor Cortés era el máximo exponente y la mujer la descrita en él: casta, prudente, trabajadora, honrada, callada y hermosa y sorprendentemente culta, capaz de entretener y sorprender a su caballero. No obstante, es posible encontrar diferencias entre las situaciones femeninas. Algunos historiadores apuntan que la edad es esencial a la hora de estudiar a las mujeres en esta etapa, ya que la sociedad exigía diferentes virtudes y comportamientos en cada momento de la vida. 
Casagrande va más allá: en el mundo medieval infancia y adolescencia se unen en una sola etapa, la de la virginidad… es considerada una etapa transitoria, incompleta, preparatoria para la siguiente, que se caracteriza por la reproducción"
Sexualidad medieval
Si nos referimos al físico, como en los saberes y la literatura, se impone el modelo clásico: la figura femenina de las esculturas romana donde las mujeres poseen un vientre abultado y generosos pechos, símbolo de la fertilidad así como una figura algo redonda signo de su clase social. Además gusta la mujer de piel clara que no ha ennegrecido trabajando al sol, de cabellos rubios y rizados, limpios y cuidados. Si tenemos en cuenta las duras condiciones de vida y la casi inexistencia de cosméticos, podemos considerar que se impusieron unos cánones muy extremos, paralelos a la idealización que se hace del amor y de las relaciones de pareja. Posiblemente sea consecuencia de que es la visión que impusieron los hombres religiosos, lejos de la realidad, y por tanto, lejos de las mujeres reales de ese tiempo.
Desde el punto de vista social, podríamos hacer una triple diferenciación en cuanto a la posición de las mujeres en él: la mujer noble, la campesina y la monja. La primera de ellas era la única que podía gozar de grandes privilegios y la que, si fuese posible, podría alcanzar un mayor reconocimiento.
Era el centro del hogar donde se encargaba no sólo del cuidado de los hijos y su educación sino que también de la organización de los empleados que trabajasen para ellos, del control de la economía y en ausencia de su marido, bastante común en la época por las guerras o las cruzadas, o por quedar viuda, era la encargada, como administradora, de tomar las decisiones en sustitución de su marido. La realidad era, según algunos especialistas, que las necesidades que tenían en el del día a día nos permiten conocer ejemplos a través de documentos-diarios, contabilidades del hogar, permisos especiales, etc.- sobre ciertas mujeres que ejercían como lo hicieran sus maridos o que incluso podían llegar a alcanzar un gran poder social.
El día de la mujer noble podía llegar a ser agotador dependiendo de las posesiones que tuviese que dirigir, de sus empleados y del número de familia. De cualquiera de las formas, era un trabajo más complicado de lo que la literatura clásica ha dado a entender. No obstante, el dinero o el prestigio no hacía que estas mujeres fueran plenamente felices y es que se jugaba con ellas desde que eran utilizadas como moneda de cambio a través de las uniones matrimoniales, que servían para sellar pactos estratégicos o políticos, y así aumentar las posesiones de uno u otro hombre. A la mayor parte no se les permitía intervenir en política y, aunque eran las transmisoras de la dote, según la Legislación, no podían gozar de ella ni en su estado de casadas, solteras o viudas, porque pertenecían al padre, al esposo o al hijo.
Pero, sin lugar a dudas, era la mujer campesina medieval la que más duras condiciones de vida tuvo que soportar: dentro del hogar era la encargada de la cocina, de las ropas, de la limpieza, de la educación de los hijos, etc. Fuera de él debía ocuparse del ganado y del huerto, cuando no debía trabajar también en las tierras de cultivo. Si por el contrario la mujer residía en la ciudad, además de ocuparse de su familia y la casa, debía hacerlo del negocio familiar o ayudar a su marido en cualquiera de las actividades que éste llevase a cabo. Si ambos cobraban un salario, el de la mujer era notablemente menor, a pesar de que realizasen los mismos trabajos.
Este hecho es especialmente lacerante cuando la mujer es soltera o viuda y deja el hogar para trabajar, normalmente en el servicio doméstico- representa la mayoría-, en el hilado, o como lavandera o cocinera. Pero también lo hace, como decimos, en el campo como braceras o jornaleras.

Por último, la mujer que opta por dedicar a Dios su vida es una mujer que ha cometido pecados en su vida y quiere redimirse, o bien una segundona que ha visto cómo su dote se ha ido con una hermana mayor, o simplemente una mujer que ve el convento como salida a un casi seguro matrimonio pactado. Esta mujer ha sido la que más expectación ha generado en la historiografía, derivada de las particularidades de los conventos y la relativa libertad que se vivían dentro de ellos.
Un caso especial muy estudiado también, lo suponen las beguinas, mujeres que dedican su existencia a la religión pero que lejos de ingresar en un convento, mantienen su vida cotidiana fuera de éste. Estas mujeres pretendían tener un contacto inmediato con Dios, sin intermediación de la Iglesia, para establecer un diálogo directo con Él. Del mismo modo, se dedicaban a la defensa y el cuidado de los pobres, de los enfermos y los huérfanos, y a un campo poco común, el del conocimiento: traducían obras religiosas a lenguas comunes.
Mujeres tocando instrumentos musicales en la Edad Media
La Educación es uno de esos campos en los que la mujer tiene cierto espacio en la Edad Media. Era ella, desde que la mayoría de la población es analfabeta, la encargada de transmitir la cultura y los conocimientos que poseía a los hijos y las hijas. Si nos referimos a las nobles, hoy en día sabemos que la mayoría de ellas sí cultivaron los saberes. Dominando la escritura y la lectura, aprendieron otras lenguas, se instruyeron en ciencias, y en música. Por el contrario, el acceso a la educación para las clases bajas fue mucho más complicado, especialmente en las zonas rurales.
De cualquier forma y a pesar de los conocimientos que tuviesen o su clase social, las instruían en la religión y las enseñaban a organizar un hogar. A las niñas plebeyas las iniciarán en la costura, el hilado y las tareas del huerto y el ganado y si tenían un negocio familiar, a las labores que debían desempeñar. A las nobles se las mostraba cómo dirigir al servicio así como buenos modales y el saber estar.
Las monjas eran las más afortunadas entre todas las mujeres si a la educación nos referimos ya que podían llegar incluso a conocer el latín y el griego y por tanto a leer y escribir. A pesar de que no era lo común, hoy en día sabemos de mujeres que retando a su tiempo, escribieron desde los conventos: Hildegarda de Bingen o Gertrudis de Helfta. Debieron enfrentarse a un cuestionamiento ya que se consideraban sin rigor por el simple hecho de ser mujeres.
Se las consideraba también con menor inteligencia, menos capacidades: las prescripciones o normas que debían seguir las mujeres, independientemente de su edad o clase social, se regían por libros de los monasterios o de la Antigüedad. Destacan las obras de fisiología que argumentaban que la diferencia entre sexos era una cuestión biológica: a las mujeres les atribuían unos humores fríos y húmedos, mientras que a los hombres se les consideraba calientes y secos, la perfección y medida de todas las cosas.
La naturaleza de las mujeres les hacía no sólo ser más débiles en los aspectos morales, sino también en los físicos, porque podía ser causante de todas sus enfermedades, entre ellas la menstruación -que no era sino todo aquello demoniaco que la mujer expulsaba por la vagina-.
Mujer medieval curando a un hombreEstos tratados fisiológicos, junto con otros escritos sobre moral y costumbres, así como una regulación jurídica muy negativa para la mujer, hicieron de la Edad Medía, en su mayoría, una etapa oscura, de austeridad y de prohibiciones para la mujer, en la que su comportamiento estuvo medido por la institución de la Iglesia como único garante del buen orden social y vigilado por los maridos como ejecutores de las normas. Pero también hubo luces.
Chistine de Pisan, una de las mujeres intelectuales más famosas de la Edad Media
En la actualidad se han multiplicado los estudios sobre esta época y sabemos gracias al trabajo de muchas historiadoras, de grandes mujeres que retaron a su tiempo o de actividades en las que la mujer era el centro. Una de ellas era la medicina familiar de la que las mujeres, especialmente aquellas rurales, tenían un conocimiento de las plantas y los remedios que podían utilizarse para curar las enfermedades.
Es por tanto una etapa de luz y de sombras, de pasos hacia delante y hacia atrás donde, desgraciadamente, la posición de la mujer fue de inferioridad pero donde, las mujeres buscaban huecos, agujeros por los que salir.A EDAD MEDIANA

MUJER EN LA EDAD MEDIA EGUZKIÑE TORRES

MUJER EN LA EDAD MEDIA EGUZKIÑE TORRES

En esta ocasión, desde la curiosa mirada de Hipatia queremos viajar en el tiempo para aterrizar en el Medievo, y arrojar algunas luces sobre las sombras que han empeñado la visión que se tiene de esta época tan marcada por la trilogía de la muerte: guerra, hambre y enfermedad.
Con ello, también trataremos de desmontar algunos de los mitos que giran alrededor de la feminidad en una sociedad fuertemente patriarcal. A pesar de  los escasos documentos que se encuentran, al margen de los escritos sobre mujeres ilustres o escritos por clérigos, definir la historia de las mujeres en la Edad Media es un tanto complicado.
Sin embargo, tras leer de aquí y de allá, vamos a intentar explicar a grosso modo  los puntos que más controversia han podido originar a lo largo de los años, sabiendo que es un tema que trataremos en profundidad en artículos posteriores.
Siempre que pensamos en dicho período, marcado por las guerras, la peste, el hambre, también  el poder feudal y de la Iglesia, viene a nuestro imaginario si hablamos del papel de la mujer, el derecho de pernada, el cinturón de castidad, la persecución de brujas, etcétera. Sin embargo, y según varios historiadores, esta descripción se enmarcaría dentro del período denominado como Alta Edad Media, donde el marido sí podía matar a su esposa adultera, o donde la mujer esclava no podía casarse sin el consentimiento de su señor, y si lo hacía, sus hijos se repartirían entre su señor y  su marido. En esta época, debemos saber que no existían los matrimonios por amor. De hecho, ese es un privilegio más de nuestra época que de tiempos pasados. De ahí, que la mujer era evidente que no elegía a su marido, esa tarea era asumida por el padre o, si éste faltase por el cabeza de familia. Vivir bajo la piel de una mujer era toda una proeza en la Edad Media, ya que al margen de ser desposada por un hombre al que no amaba, ésta podía sufrir varios tormentos con total impunidad como la violación, el rapto, la repudia, e incluso, desde otra vertiente, ser obligada a convertirse en una mujer religiosa. La mujer, en definitiva, era una pura mercancía al antonjo del hombre, y  siempre jugaba, salvo excepciones, un papel secundario en la sociedad.


MUJERES ESCRITORAS DE LA EDAD MEDIA

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Durante la Edad Media las mujeres tuvieron un acceso muy restringido a la lectura y a la escritura porque ninguna de estas actividades se consideraba apropiada para las mujeres. La mujer ideal debía desempeñar sus labores de esposa y madre; o bien, entrar en un convento y dedicar su vida a la oración. Su existencia no tenía valor en sí misma si no estaba supeditada al otro: al esposo o a Dios.
No obstante, existieron mujeres que tomaron su pluma y quisieron ser sujetos, que aportaron una imagen de la mujer más rica y compleja de la que habían plasmado ciertos colectivos: poetas, filósofos, teólogos, etc.