miércoles, 28 de febrero de 2018

Leyre La marcha de los judíos


                         

      La expulsión de los judíos de España (1492)


       
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La expulsión de los judíos de los territorios de Castilla y Aragón, en 1492, es uno de los asuntos más debatidos entre los que sucedieron a lo largo del reinado de los Reyes Católicos. Ante todo, es importante señalar que no se trató de un hecho que fuera único o exclusivo de la monarquía hispánica. Ciertamente, a lo largo de la Edad Media, esta comunidad religiosa ya sufrió la expulsión en otros Estados. Sin embargo, a pesar de esto, quizá por las consecuencias que tuvo para España, por el número de personas que resultaron afectadas o por las dudas que -aún hoy- existen sobre algunos aspectos, hacen que el caso          de España sea más controvertido que los demás.En este artículo intentaremos explicar la situación en la que se encontraban los judíos de España en los inicios de la Edad Moderna, las razones que pudieron llevar a los Reyes Católicos a decretar su expulsión y, por último, las consecuencias que, tanto para la población judía como para la cristiana, tuvo aquella decisión de unos reyes que, hasta que la situación se hizo insostenible, intentaron no llevarla a cabo.


Aunque los judíos de España no estuvieron libres de problemas en épocas pasadas (recordemos, por ejemplo los que tuvieron durante el período visigodo y en otros momentos de la Edad Media), para comprender todo lo sucedido en 1492 debemos buscar, como antecedentes más decisivos e inmediatos, los hechos que se produjeron a finales del siglo XIV, en concreto en 1391. A lo largo de ese año, los barrios judíos sufrieron numerosos ataques, siendo el primero de ellos el que tuvo lugar en Sevilla, extendiéndose después por distintos lugares de la Corona de Castilla y de Aragón. Estos ataques, conocidos con el término de "progromos", tenían como objetivo el saqueo e, incluso, la matanza de judíos. Sin embargo, por encima de todo, el efecto que causaron en éstos fue el miedo, lo que provocó que miles de ellos se convirtieran al cristianismo para salvar sus vidas. Aquellos judíos que decidieron hacerse cristianos fueron conocidos con el nombre de conversos.


Desde aquel año de 1391, en España fue cada vez más importante la comunidad de los conversos o "cristianos nuevos", que abandonaron sus antiguos barrios (las juderías o aljamas) y pasaron a convivir con el resto de la población cristiana. Posteriormente, a medida que pasaban los años, los conversos iban integrándose cada vez más en la comunidad cristiana, hasta el punto de que algunas profesiones, como la medicina, estuvo ejercida prácticamente sólo por ellos. Incluso los médicos personales de los Reyes Católicos eran de origen judío. Sin embargo, el ascenso social de los conversos provocó el recelo y el resentimiento entre los "cristianos viejos". En efecto, cada vez eran más numerosas las quejas de éstos contra los conversos, a los que acusaban de seguir practicando el judaísmo en secreto y, por otro lado, también se acusó a los judíos de intentar influir en los conversos para que volvieran a abrazar su antigua religión.

Ante tal delicada situación, en 1478, los Reyes Católicos decidieron introducir el Tribunal de la Inquisición en Castilla y, con posterioridad, en Aragón. Aunque el Tribunal de la Inquisición existía desde el siglo XIII, el que ahora se creaba en la monarquía hispánica dependía directamente de los reyes, no del Papa. Su principal misión sería controlar a los conversos, investigando aquellos casos sobre los que existían dudas de que se hubiera producido un Bautismo sincero. Tras varios años actuando, los inquisidores se convencieron de que, para terminar con el problema de las falsas conversiones, había que impedir que los conversos pudieran tener contacto con los judíos, evitándoles, así, la tentación de volver a practicar su antigua religión. De esta forma, las Cortes de Toledo decidieron, en 1480, que los barrios judíos debían estar apartados físicamente de los cristianos, por lo que ambas zonas debían estar separadas por gruesas murallas. Además, se les obligó a llevar en sus ropas una señal roja, un distintivo que los identificara como pertenecientes a la comunidad hebraica.

Por otro lado -y también desde 1480- se intensificó la investigación sobre los conversos, y la Inquisición llegó a interrogar a miles de sospechosos y de testigos, llegando a la conclusión de que la mayoría de los conversos seguían siendo judíos practicantes. La situación para los judíos se iba complicando cada vez más, hasta llegar a ser angustiosa, en 1490, cuando se produjeron varios casos de acusaciones falsas sobre ellos. El caso más llamativo fue el conocido como el del "Santo Niño de la Guardia", especialmente grave, puesto que se acusó a un grupo de judíos y de conversos de la localidad de La Guardia, en Toledo, de secuestrar, torturar y crucificar a un niño el Viernes Santo de aquel año. El caso tuvo tal repercusión, que pasó a manos del Inquisidor General, fray Tomás de Torquemada. Su sentencia fue aleccionadora, pues determinó que los responsables del crimen debían ser ejecutados.

Sin embargo, a pesar de sus grandes esfuerzos, las medidas de la  Inquisición no fueron suficientes para solucionar el problema del odio hacia los judíos y a los conversos. Así pues, había que tomar una medida más drástica. Y esa medida no fue otra que expulsar a los judíos que no quisieran bautizarse, ya que, como dijimos antes, si desaparecían los judíos y sus sinagogas, desaparecería también el riesgo de que muchos conversos volvieran a practicar el judaísmo, su antigua religión.

A los Reyes Católicos les costó muchísimo tomar semejante decisión, una de las más difíciles de su reinado, pues eran conscientes de la importancia de esa comunidad religiosa, no sólo en el ámbito general de sus dominios, sino también en el personal (ya hemos comentado que sus médicos eran de origen judío, aunque lo más importante, quizá, eran las aportaciones económicas que los Reyes Católicos recibían de los judíos, fundamentales, por ejemplo, en la Guerra de Granada). Sin embargo, por otro lado, Isabel y Fernando también pensaban que la unificación religiosa era algo indispensable para fortalecer la cohesión entre sus súbditos. Ciertamente, si toda la población de Castilla y Aragón pasaba a pertenecer a la comunidad cristiana, se evitarían conflictos sociales, como los que se habían producido desde finales del siglo XIV. Todo esto, además, ayudaría también a reforzar la autoridad de los Reyes, siendo esto último, en definitiva, el objetivo fundamental de los monarcas que reinaron a principios de la Edad Moderna.

Así pues, los Reyes Católicos, el 31 de marzo de 1492, publicaron el Edicto que obligaba a todos los judíos a abandonar España en el plazo máximo de cuatro meses. Sólo aquellos que optaran por bautizarse podrían seguir viviendo en los dominios de Isabel y Fernando. También se alertaba a los cristianos, para que no ayudasen a los judíos a incumplir lo establecido en el Edicto, puesto que, en caso contrario, perderían todas sus pertenencias. En cuanto a los judíos que decidieran exiliarse, podrían vender sus bienes, pero se les prohibía llevar consigo metales preciosos o monedas. De esta forma, el beneficio de la venta de sus casas, por ejemplo, no quedó plasmado en dinero, sino en letras de cambio que podrían canjear por dinero cuando llegaran a sus destinos. En esta última medida, comprobamos que no existió en Isabel y Fernando una intención económica: no quisieron lucrarse a costa de los judíos. De haber sido así, no les hubieran permitido vender sus bienes, aunque, por supuesto, los judíos sufrieron todo tipo de abusos por parte de los compradores particulares, que esperaron hasta última hora, cuando se terminaba el plazo de los cuatro meses, para comprarles unos bienes que, por entonces, habían alcanzado un precio muy por debajo de su valor real. A este respecto, un cronista de la época,  Andrés Bernáldez, escribió que él mismo vio cómo un judío cambió "una casa por un asno y una viña por un poco de paño o lienzo". Y este no fue el único abuso que sufrieron los miles de judíos que decidieron abandonar Sefarad, que es como ellos llamaban a las tierras de España y Portugal, es decir, de Iberia. Así, por ejemplo, los que marcharon a pie, tuvieron que pagar cantidades mucho más altas de las que, en condiciones normales, se exigía a cualquier persona por el impuesto de aduanas.En todo caso -y a pesar de las grandes sumas que ofrecieron algunos de los judíos más poderosos a los Reyes Católicos, en un último intento de que éstos anularan la decisión- ya no hubo marcha atrás. 

Quizá ahora lo de menos sea discutir sobre las cifras (los historiadores creen que pudieron ser entre cincuenta mil y doscientos mil los judíos exiliados) o sobre las repercusiones que para España pudo tener la expulsión (las valoraciones son muy distintas, según se trate de unos historiadores u otros). Sí creemos, en cambio, que es justo afirmar que lo más importante es reconocer la gran tragedia personal que sufrieron todos los judíos, al abandonar la que había sido su patria. Y, a este drama general, habría que añadir los enormes sufrimientos personales que gran parte de ellos padecieron, bien en su camino hacia el exilio, bien al llegar a sus lugares de destino, que fueron muchos: el norte de África, Portugal (de donde serían expulsados en 1497), el Imperio Otomano (sobre todo Grecia y Turquía, los lugares donde fueron mejor acogidos), Francia, Países Bajos, Italia, o Inglaterra.

Ya hemos señalado antes que el sufrimiento para muchos de los judíos comenzó en el momento de la venta de sus propiedades. Después, tras cumplirse el plazo de los cuatro meses para abandonar España dado por los Reyes Católicos, era muy corriente verlos en grupos numerosos atravesando las tierras de Castilla y Aragón, hacia las fronteras y puertos desde donde emprenderían su viaje. Hasta los "cristianos viejos" sentían piedad al ver semejantes escenas, y el cronista Bernáldez dejó también escrito un crudo testimonio de aquellos momentos: "Iban por los caminos y campos con mucho trabajo y fortuna, unos cayendo, otros levantando, unos muriendo, otros naciendo, otros enfermando, que no había cristiano que no tuviese dolor..." Por otro lado, como no podían llevarse las monedas, muchos judíos intentaron esconderlas, por ejemplo, entre los enseres de los caballos. Algunos, incluso, llegaron a tragárselas, creyendo que así estarían en lugar seguro.

Lo peor, sin embargo, estaba aún por llegar, en especial para los judíos que se exiliaron en el norte de África. Allí fueron atacados por miembros de tribus del desierto, que les despojaron de todas sus pertenencias y que llegaron a abrir el vientre de aquellos judíos sospechosos de haber tragado unas insignificantes monedas. No menos penalidades pasaron los que eligieron otros destinos. Así, un cronista italiano escribió sobre la llegada de los judíos a Génova que "cualquiera hubiera podido haberlos tomado por espectros; ¡tan demacrados y cadavéricos iban sus rostros y tan hundidos sus ojos! No se diferenciaban de los muertos más que en la facultad de moverse que apenas conservaban..." 

Como siempre comentamos en clase, resulta muy difícil emitir un juicio moral sobre las acciones de personas que vivieron, en este caso, hace más de quinientos años. Sin embargo, es de justicia elogiar a aquellos que, hoy en día, hacen sinceros intentos por buscar un reencuentro definitivo entre los sefarditas y España, como hiciera el príncipe Felipe de Borbón en el discurso que pronunció con motivo de la entrega del Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, concedido al pueblo sefardí, en octubre de 1990, y del que reproducimos un fragmento: "Desde el espíritu de la concordia de la España de hoy y como heredero de quienes hace quinientos años firmaron el Decreto de expulsión, ahora yo les recibo con los brazos abiertos y con una gran emoción". "Cuando tuvieron que abandonar su tierra en circunstancias dramáticas, supieron ser leales a ella, quizá esperando que llegase un día en que España fuera otra vez un reencuentro para ellos".

Como ya decía un escritor inglés de finales del siglo XIX, "todavía hoy recitan algunas de sus oraciones en lengua española en algunas sinagogas de Londres y los judíos modernos recuerdan con vivo interés a España, como tierra querida de sus padres". También sabemos que algunos sefarditas conservan aún las llaves de las casas de sus familiares exiliados de España, y estamos seguros de que todos guardan en sus corazones el mejor de los tesoros: el recuerdo de la patria de sus antepasados, Sefarad.


   






La cerradura y llave de la imagen pertenecen a la iglesia parroquial de Santa Eulalia en Terroba, en los Cameros riojanos. En ella, conservada con esmero, atesoran los terrobinos su historia religiosa que, como en muchos otros lugares de España, viene a ser la cultura ancestral de sus antepasados.Sirvan estas palabras de  agradecimiento a Loly y convecinos que aman de verdad a su pueblo.(Ver imagen de TERROBA desde su Ermita de Sta. María del Collado)

MARIA LA MARCHA DE LOS JUDIOS

LA MARCHA DE LOS JUDIOS  EN LA EDAD MEDIA


Historia de los judíos en España


Interior de la sinagoga del Tránsitode Toledo
La Historia de los judíos en España comienza en la Hispania romana. En la España medievallos judíos constituyeron una de las comunidades más prósperas de su historia, tanto bajo el dominio musulmán como, posteriormente, en los reinos católicos, antes de que en 1492 fuesen expulsados por los Reyes Católicos. En la actualidad no existe censo del número de judíos en España. Un estudio acometido por Sergio della Pergola calculó tan solo 12 000 individuos. Sin embargo, todas las demás fuentes, incluida la Federación de Comunidades Judías de España, calculan una comunidad de entre 40,000 y 50,000 personas.







LA MARCHA DE LOS JUDIOS




Hay dos detalles que nos demuestran el apego que tení­an por esta tierra, que también era la suya: primero, mantuvieron el sefardí­ ladino (el castellano del siglo XV) allá donde fueron y segundo, y más sorprendente, conservaron las llaves de sus casas. A fecha de hoy, hay muchas familias que todavía las conservan y son las mujeres las encargadas de transmitirlas de generación en generación.


lunes, 26 de febrero de 2018

BEGOÑA MARTIN DIAZ TRABAJO 3 LA RECONQUISTA


LA RECONQUISTA


Ramiro I de Aragón

Ramiro I
Rey de AragónSobrarbe y Ribagorza
Ramirocely.jpg
Información personal
Reinado1035-1063
Nacimientoc. 1006/7
Fallecimiento8 de mayo de 1063
Familia
Casa realCasa de Aragón
DinastíaDinastía Jimena
PadreSancho el Mayor
MadreSancha de Aibar
DescendenciaVéase Descendencia
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Ramiro I de Aragón (h. 1006/7 - 8 de mayo de 1063) es considerado como el primer rey de Aragón1​ (1035-1063) al que añadió los territorios de Sobrarbe y Ribagorza desde la muerte de su hermanastro Gonzalo en 1045, intitulándose así pues rey de Aragón, Sobrarbe y Ribagorza.23
Conquistó, aliado con Arnal Mir de Tost y el Condado de Urgel de Armengol III, los castillos de LaguarresLascuarreFalcesViacamp y Benabarre, e intentó tomar la poderosa fortaleza de Graus al rey de la taifa de Saraqusta Al-Muqtadir —quien contó con la ayuda de la mesnada del aún infante Sancho II de Castilla en cuyo ejército figuraba un joven Cid de alrededor de catorce años: Rodrigo Díaz—, pero Ramiro I murió en el transcurso de esta operación bélica, seguramente a manos de un experto soldado de Al-Muqtadir.4
Hijo de Sancho el Mayor de Pamplona y de Sancha de Aibar, contrajo matrimonio con Ermesinda de Aragón, una hija de Bernardo Roger de Foix, con lo que inició una tradición de alianza entre el reino aragonés y el condado ultrapirenaico, que se prolongaría por varios siglos. Estableció también alianzas con el Condado de Urgel, casando a su primogénito Sancho Ramírez con una hija de Armengol III de Urgel (a quien además dio en matrimonio a su hija Sancha) para así oponerse a las ansias expansionistas del conde de Barcelona Ramón Berenguer I en la zona del Cinca medio.
En 1045, a la muerte de su hermano Gonzalo, se anexionó los condados de Sobrarbe y Ribagorza que correspondía regir a su hermano García,5​ unificando así los tres condados, junto con el de Aragón, que iban a formar el nuevo reino.
Instituyó un «obispo de Aragón» con sede en San Adrián de Sásabe; su hijo Sancho Ramírez convertirá posteriormente Jaca (que en tiempos de Ramiro era solo una aldea) en una ciudad que se convertirá en capital del reino y albergará la sede episcopal.














  • Biografía[editar]

    Hijo natural de Sancho el Mayor, rey de Pamplona, y una joven llamada Sancha de Aibar o Aybar, de la nobleza de las tierras de Aibar.a
    Después de la muerte de Sancho el Mayor, heredó el trono su hijo primogénito legítimo García Sánchez III el de Nájera, que gobernaba en todo el territorio paterno. A su hermano Ramiro se le había adjudicado el honor del espacio aragonés, y se proclamó baile en las tierras del Aragón que había recibido de su padre con trono en Jaca. Muy pronto se enfrentaron en la batalla de Tafalla y Ramiro inició una dinastía nueva en el reciente reino de Aragón tras usurpar los derechos de Gonzalo, que regía las rentas reales en SobrarbeRibagorza.
    Ramiro había sido el primer varón nacido de Sancho el Mayor pero era un hijo natural, fuera del matrimonio legítimo, con lo que quedó apartado de la primogenitura. Sin embargo nunca se consideró hijo bastardo, pues toda la documentación de la época se refiere a él como regulus, el mismo tratamiento que recibieron sus hermanos menores, y creció en la corte con su madre Sancha, tutora de Sancho III durante su minoría de edad entre 1004 y 1011, periodo en el que fue concebido Ramiro.
    En su documentación auténtica el monarca aragonés se tituló como Ramiro, hijo del rey Sancho, sin usar el título de rey, pero no se consideró carente de legitimidad regia y actuó en todo momento ejerciendo a todos los efectos la potestas regia. En cualquier caso, recibió la fidelidad de los condes, barones y señores aragoneses en los que apoyó su autoridad. Aunque él mismo no se tituló rey, sí lo hicieron sus coetáneos, en documentos tanto aragoneses como navarros y castellanos. Aparece en ellos citado como rex RanimirusRanimiri regis o meo regi entre otras expresiones. Así fue considerado por sus vasallos, reyes contemporáneos a Ramiro I y notarios. Los reyes de Pamplona García Sánchez III y Sancho Garcés IV el de Peñalén también le otorgarán el título de rey. Del mismo modo lo considerará su hijo y heredero Sancho Ramírez, al roborar como ego Sancius Raminiro regis filio 'yo Sancho hijo del rey Ramiro'.6
    Sentó las bases del que sería el Reino de Aragón garantizando la sucesión de su linaje al casar con Ermesinda, hija de Bernardo Roger, conde de Foix-Bigorra, en 1036, con la que tuvo a Sancho Ramírez, a García Ramírez (que posteriormente sería obispo de Jaca) y tres hijas más, Sancha, Urraca y Teresa. Con ello la continuidad dinástica estaba garantizada.
    Con el tiempo fue rodeándose de nobles de su confianza, a los que asignó tenencias en castillos estratégicos. Reafirmó, además, la figura del obispo de Aragón —aragonensis episcopus—, al que otorgó un monasterio, San Adrián de Sásabe y un cuantioso patrimonio, para ganarse el favor de la prelatura en su tarea de consolidación del poder.

    Signum regis de Ramiro I.

    El signum regis era la firma que identificaba al rey en los documentos y remitía a la Cruz de los ejércitos empleada por las tropas cristianas en la batalla hasta el siglo XI. Posteriormente, Pedro IV el Ceremonioso lo identificó en el siglo XIV como la Cruz de Íñigo Arista y le atribuyó el carácter heráldico de antiguas armas de Aragón.

    Representación heráldica de la Cruz de Íñigo Arista, una cruz patada apuntada en su brazo inferior cuando es de plata y figura sobre un franco-cuartel, sobre campo de azur. Aparece por primera vez en el siglo XIV, cuando la adopta Pedro IV el Ceremonioso como «armas antiguas de Aragón».
    Tras hacerse con el control a partir de 1043 de los condados de Sobrarbe y Ribagorza a la muerte de su hermano Gonzalo, que nunca habitó en aquellos territorios, tuvo que entrar en pugna por los ricos territorios musulmanes a los que se accedía a través de la vía natural de la cuenca del Cinca. Las sustanciosas parias que pagaba el rey taifa de Saraqusta para evitar el ataque cristiano se las disputaban además de Aragón, el conde de Urgelel de Pallars y el conde de Barcelona Ramón Berenguer I.
    Para frenar el empuje de Ramón Berenguer de Barcelona, Ramiro I acordó un doble matrimonio de su hija Sancha con Armengol III de Urgel, y de Isabel, hija del conde urgelino, con su propio hijo primogénito Sancho Ramírez, el heredero al trono de Aragón. De este modo el Condado de Urgel y el Reino de Aragón establecen una sólida alianza, y la unión de sus fuerzas permitió a Ramiro conquistar los castillos de LaguarresLascuarreCapellaCaserrasFalcesLuzásViacamp y Benabarre, con lo que impedía a Ramón Berenguer I —que había comprado castillos en la zona, en tierras que los condes catalanes reconocieron pertenecer al condado de Ribagorza como parte del reino de Aragón7​ el acceso al Cinca. La tenencia de Benabarre fue entregada al vizconde de Tost Arnal Mir, quien también se había convertido en aliado del rey aragonés.
    Estos avances le hicieron concebir la idea de dar el asalto a la poderosa fortaleza de Graus, que el rey de Zaragoza Al-Muqtadir fue a defender en persona al frente de un ejército que incluía un contingente de tropas castellanas al mando de Sancho, el futuro Sancho II de Castilla, que pudo contar en su mesnada con el joven caballero Rodrigo Díaz, conocido posteriormente como «El Cid». Al-Muqtadir primeramente perdió las plazas de Torreciudad y Fantova, al norte de Barbastro, y la balanza parecía inclinarse del bando cristiano,7​ pero finalmente consiguió rechazar a los aragoneses que perdieron en esta batalla a su rey, al parecer asesinado por un soldado árabe, llamado Sadaro o Sadada, que hablaba romance y que, acercándose al real de Ramiro I disfrazado de cristiano, le clavó una lanza en la frente. Murió ante las puertas de Graus el 8 de mayo de 1063.b
    Pese a la muerte de Ramiro I, su sucesor Sancho Ramírez y Armengol III de Urgel continuaron con un proyecto emprendido por el difunto rey y que contó con el apoyo del papa, que convocó a tropas francesas para emprender la cruzada de Barbastro que acabó con éxito en 1064. La importante ciudad musulmana pasó a formar parte del Reino de Aragón y su gobierno fue confiado como tenencia a Armengol III. Pero la permanencia en poder cristiano fue efímera, pues un año después sería reconquistada por la taifa de Zaragoza. En 1065 murió el conde de Urgel en tierras de al-Ándalus, probablemente en Monzón.8

    Matrimonios y descendencia[editar]


    Representación de Ramiro I en la primera mitad del siglo XII.
    Ramiro I contrajo dos matrimonios sucesivos:
    • Con Inés de Aquitania (posiblemente hija de Guillermo VI, duque de Aquitania) se casó en fecha desconocida, aunque antes del 10 de octubre de 1054, fecha en la que aparecen juntos por primera vez en la documentación medieval. No se conoce descendencia de este matrimonio.
    Fuera de matrimonio, y antes de contraerlo, tuvo de doña Amuña (Amunna) un hijo natural llamado Sancho Ramírez con diversas posesiones en las actuales Navarra y Aragón.



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    VOCABULARIO

    almorávide
    adjetivo
    1. 1.
      Relativo a una tribu árabe que dominó en el norte de África y en España durante la segunda mitad del siglo xi y la primera del xii.

      "período almorávide; en 1296, después del dominio almorávide y almohade, Málaga y su territorio pasaron a depender del reino nazarí de Granada"

      sinónimos:almorávid
    2. 2.
      adjetivo/nombre común
      [persona] Que pertenecía a ese pueblo.
      morisco, morisca
      adjetivo/nombre masculino y femenino
      1. 1.
        [persona] Que era descendiente de los musulmanes que continuaron habitando en la península ibérica después de la Reconquista.

        "al término de la Reconquista, los moriscos seguían hablando en árabe y practicaban ocultamente el islamismo; en 1604 se dio por concluida la expulsión de los moriscos"
      2. 2.
        adjetivo
        De estas personas o relacionado con ellas.

        "Felipe II tuvo que hacer frente a una sublevación morisca en Granada"
      3. 3.
        adjetivo/nombre masculino y femenino
        MÉXICO
        [persona] Que es descendiente de mulato y europeo.

      sinónimos:almorávid
    judío, judía
    adjetivo
    1. 1.
      Del judaísmo o relacionado con él.

      "la Ley judía; la religión judía"

      sinónimos:hebreoisraelita
    2. 2.
      adjetivo/nombre masculino y femenino
      [persona] Que profesa el judaísmo.
      sinónimos:hebreoisraelita
    3. 3.
      [persona] Que pertenecía al pueblo de origen semita que conquistó Canaán en el siglo xiii antes de Cristo y que vivió en esta antigua región palestina.
      sinónimos:hebreoisraelita
    4. 4.
      adjetivo
      Relativo a este pueblo.
      sinónimos:hebreoisraelita
    5. 5.
      Relativo a Judea, región de la provincia de Palestina en la época grecorromana, o a sus habitantes.
    6. 6.
      adjetivo/nombre masculino y femenino
      [persona] Que era de esa provincia.
    7. 7.
      adjetivo
      Relativo a Israel, país de Oriente Medio, o a sus habitantes.

      "el líder del actual estado judío"

      sinónimos:israelita
    8. 8.
      adjetivo/nombre masculino y femenino
      despectivo
      [persona] Que es muy avaro o usurero.

    converso, conversa
    adjetivo/nombre masculino y femenino
    1. 1.
      [persona] Que ha aceptado una ideología o una creencia religiosa que antes no profesaba, especialmente un musulmán o un judío que se ha convertido al cristianismo.

      "judío converso; un comunista converso"
    2. 2.
      nombre masculino
      Profeso sin votos solemnes en una orden o congregación religiosa.


    sultanato
    1. nombre masculino
      Territorio bajo la jurisdicción de un sultán.

      "la Marina de EE UU le obligó a desviarse hacia el puerto de Mascat, capital del sultanato de Omán"


      sinónimoscalifa
      1. nombre masculino
        Príncipe musulmán que, como sucesor de Mahoma, ejercía la suprema potestad civil y religiosa en todo el imperio musulmán.

        "el califa de Córdoba"



      emir
      1. nombre masculino
        Príncipe o jefe político y militar en algunos países árabes.

        "el emir de Kuwait"

      repoblación
      nombre femenino
      1. 1.
        Acción y resultado de volver a poblar.
      2. 2.
        Acción y resultado de poblar un lugar abandonado, voluntariamente o a la fuerza, por sus anteriores habitantes.

        "la repoblación de las tierras de cultivo tras la expulsión de los moriscos"
      3. 3.
        Acción y resultado de volver a establecer vegetación o fauna en un lugar del que había desaparecido.

        "repoblación forestal; la repoblación de un río; el pinar de repoblación se está sustituyendo en algunas zonas de la sierra por el castaño, que es una especie más característica de la región"
      :
      sultanía

    SITUACION DE LA RECONQUISTA

    3.espacio
    espacio
    La Península Ibérica en la Edad Media: Los Reinos Cristianos
    espacio
    Etapas de la reconquista - El gran avance reconquistador: los siglos XI-XIII
    espacio
    Relicario del taller de Limoges (Francia) (siglos XII-XIII), Museo Arqueológico Nacional de MadridespacioUn gran cambio se produjo en la Península Ibérica entre los siglos XI y XIII. Si en el año 1000 la mayor parte del territorio estaba ocupado por el califato árabe, en el año 1300 los musulmanes se hallaban reducidos a la parte Sur del valle del Guadalquivir. Entre esas dos fechas muchos fueron los acontecimientos y procesos que se sucedieron en la historia peninsular. De ellos hay que destacar el avance de la reconquista que dio lugar a la formación de las coronas de Castilla y Aragón, a la creación del reino de Portugal, y a la consolidación del reino de Navarra.
    La religión como apoyo de los reinos. Esta pieza es una arqueta para guardar reliquias, un relicario. Está hecha en madera y recubierta de cobre y esmaltes. Su forma simula el cuerpo de una iglesia con techo a dos aguas rematado por una crestería de arquillos y bolas. Las figuras representan a la Virgen, a los ángeles y a los apóstoles. Este relicario salió de un taller de Limoges (Francia), donde hacían estos relicarios y los vendían por toda Europa durante los siglos XII y XIII. 
    Año 1000
    espacio
    La situación de la Península Ibérica en el año 1000 era de claro predominio árabe. La mayor parte del territorio lo ocupaba el califato de Córdoba. La parte Norte se repartía entre el reino de León, el condado de Castilla, el reino de Pamplona, el condado de Aragón y los condados catalanes. De los territorios del Norte se destacó el reino de Pamplona, cuyo monarca Sancho III el Mayor (1004-1035) consiguió reunir bajo su mando no solo el condado de Aragón, que hacía tiempo que llevaba una andadura conjunta con Pamplona, sino también el condado de Castilla e introducirse en algunos territorios de León.
    Avance reconquistador
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     El avance de la Reconquista

    Desde el año 1031 en que se divide el califato en los reinos de Taifas, los reinos del Norte peninsular pueden reiniciar el descenso conquistador hacia el Sur, casi paralizado durante los años de fortaleza del califato cordobés, y especialmente en las dos últimas décadas del siglo X, cuando el terrible Almanzor tuvo atemorizados a todos los reinos del norte. El avance fue más rápido por el lado del Oeste (reinos de León y de Castilla), que del Este (reinos de Pamplona, Aragón y condados catalanes). En cualquier caso, teniendo en cuenta que llegaron a configurar dos entidades políticas bien diferenciadas, es necesario indicar la reconquista de territorios atendiendo a las dos grandes áreas: León-Castilla y Aragón-Cataluña.
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    Colgar el sambenito: origen y significados

    Sambenito y coroza. Las llamas orientadas hacia arriba indicaban que el acusado estaba condenado a morir en la hoguera. Las llamas hacia abajo eran la señal de que el hereje se salvaba de la muerte, aunque sería quemado si reincidía.
    El sambenito en sus orígenes fue una especie de saco bendito (porque era previamente bendecido por un sacerdote) que usaban los cristianos primitivos durante su penitencia. Se colgaban sobre el pecho y la espalda a través de una abertura por donde se metía la cabeza. Los monjes benedictinos, de la orden de San Benito (del latín Benedictus que significa bendito), fundada a comienzos del S. VI llevaban una vestimenta similar, un ancho escapulario que portaban por encima del hábito al que se le llamó san benito y luego sambenito por aspiración fonética.
    En la Edad Media, la Santa Inquisición convirtió los sambenitos en la túnica de la infamia, el símbolo de la humillación pública que los condenados por herejía eran obligados a llevar. Esta vestimenta era generalmente de lana, de color amarillo, estampada con la cruz de San Andrés (que significaba humildad y sufrimiento), pero también con llamas de fuego, demonios y grafías que aludían al tipo de condena a que sería sometido el reo. Además del sambenito, los sentenciados llevaban una coroza (del lat. crocea): gorro cónico o capirote, marcada con los signos de su delito.
    Uno de los cinco sambenitos del Museo Diocesano de Tui.
    En su libro: “Los sambenitos del Museo Diocesano de Tui” (Ed. Museo Diocesano, 2004), el doctor en teología, Jesús Casás Otero, explica que existían otros sambenitos que eran los letreros que se colgaban de las iglesias con el nombre y el castigo correspondiente de todos los condenados. En este museo de Tui (Galicia) se exponen los únicos sambenitos que se conservan en España, lienzos de principios del XVII, con el nombre y la condena de personas reales sentenciadas por el Santo Oficio.
    Es curioso que colgar a alguien el sambenito ha mantenido a través de los siglos (en sentido figurado, claro) las mismas connotaciones negativas que tenía en el medioevo. Durante la Santa Inquisición muchos de los acusados fueron injustamente condenados por brujería, quiromancia, blasfemia… Literalmente se les colgaba el sambenito y se les hacía pagar el castigo pese a su inocencia (bastaban solo tres acusaciones para que alguien fuera investigado). Fuera cual fuera la condena: pena de muerte, destierro, prisión, flagelación, el procesado estaba obligado a llevar el sambenito como auto de fe, en el momento de la ejecución. Esta descripción ejemplifica uno de los significados que recoge la RAE, vigente en el uso actual de la expresión: cargar con una culpa inmerecida. Popularmente se utiliza en España, Cuba y otros países hispanoparlantes un dicho similar: “cargar con el muerto o echar el muerto” (de origen medieval) para atribuir a alguien un hecho que no cometió. En Argentina equivaldría a “comerse un garrón” (de garra: espolón o extremo de la pata de la res y otros animales): pagar por algo que no se ha hecho (aunque significa también atravesar por una situación desfavorable).
    Colgar el sambenito es también el descrédito que queda de una acción y se relaciona con la fama o la buena reputación perdidas. En este caso la frase implica un daño moral que permanecerá durante mucho tiempo. Esa repercusión ética de la condena estaba implícita en el castigo que aplicaba la Inquisición, consciente como era del escarmiento que produce la vergüenza pública. Cuando se le colgaba a alguien el sambenito no solo el acusado pagaba por su culpa sino que la familia sufría públicamente el estigma de esa sentencia durante varias generaciones. Hijos y hasta nietos del reo padecían la marginación social: no podían ejercer oficios de servicio público como abogado, boticario, cirujano, cura… y además, estaban obligados a lucir una apariencia austera, sin alhajas, oro o algún otro tipo de adorno. Quitarse entonces el sambenito requería muchos años, lo que en la actualidad quiere decir que cuesta mucho librarse de un estigma o una difamación. Otra frase popular recoge, en sentido figurado, este significado: por un perro que maté, mataperros me llamaron. También el refrán: cria (o crea) fama y acuéstate (o échate) a dormir en su sentido peyorativo tiene un significado similar.
    El verbo correspondiente a colgar a alguien el sambenito es sambenitar o ensambenitar (dicc. de María Moliner): poner el sambenito a alguien por sentencia de la inquisición, desacreditar a alguien con alguna imputación que se le propala. En el Quijote ya aparece la frase con el uso que tiene en la actualidad: “¡Ah, señor mío!, dijo a esta sazón la sobrina, advierta vuestra merced que todo eso que dice de los caballeros andantes es fábula y mentira, y sus historias, ya que no las quemasen, merecían que a cada una se le echase un sambenito o alguna señal en que fuese conocida por infame y por gastadora de las buenas costumbres” (Cap. VI de la segunda parte, ed. del 2004, RAE).

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    ¿Cuándo y porqué nació el tribunal de la inquisición?
    La Inquisición fue y sigue siendo un tema polémico para el gran público. la Santa Sede convocó en 1998 un Simposio Internacional realizado en Roma para clarificar la actuación histórica del Santo Oficio.


    Por: Jorge Balvey | Fuente: www.arvo.net 



    Entreviata con Beatriz Comella, Historiadora

    La Inquisición fue y sigue siendo un tema polémico para el gran público. Los historiadores se han ocupado de esta institución de modo científico y sin prejuicios ideológicos, especialmente desde un Congreso internacional celebrado en Cuenca en 1978. Recientemente la Santa Sede convocón -en 1998- en Roma a expertos de diversos credos y nacionalidades para clarificar la actuación histórica del Santo Oficio. Sobre este argumento responde para Escritos ARVO, Beatriz Comella, autora del libro La Inquisición española (Rialp, 1988; 3ª edición en noviembre 1999).

    ¿Cuándo y porqué nació el tribunal de la inquisición?

    El primer tribunal inquisitorial para juzgar delitos contra la fe nació en el siglo XIII. Fue fundado por el Papa Honorio III en 1220 a petición del emperador alemán Federico II Hohenstaufen, que reinaba además en el sur de Italia y Sicilia. Parece que el emperador solicitó el tribunal para mejorar su deteriorada imagen ante la Santa Sede (personalmente era amigo de musulmanes y no había cumplido con la promesa de realizar una cruzada a Tierra Santa) y pensó que era un buen modo de congraciarse con el Papa, ya que en aquella época el emperador representaba el máximo poder civil y el Papa, el religioso y, era conveniente que las relaciones entre ambos fueran al menos correctas. El romano pontífice exigió que el primer tribunal constituido en Sicilia estuviera formado por teólogos de las órdenes mendicantes (franciscanos y dominicos) para evitar que se desvirtuara su misión, como de hecho intentó Federico II, al utilizar el tribunal eclesiástico contra sus enemigos.

    —¿Existía en el siglo XIII alguna razón de justificara la creación de ese tribunal que consideraba la herejía como delito punible? 

    —Conviene aclarar que los primeros teólogos cristianos de la talla de Tertuliano, San Ambrosio de Milán o San Martín de Tours sostuvieron que la religión y la violencia son incompatibles. Eran más partidarios de la doctrina evangélica que recomienda corregir y amonestar a quien dilapida el bien común de la fe. La represión violenta de la herejía es, como ha señalado Martín de la Hoz, un error teológico de gravísimas consecuencias, implicado en la íntima relación que de hecho se trabó entre el poder civil y la Iglesia en la Edad Media. La herejía pasó a ser un delito comparable al de quien atenta contra la vida del rey, es decir, de lesa majestad, castigado con la muerte en hoguera como en el siglo IV, bajo los emperadores Constantino y Teodosio.

    A principios del siglo XIII aparecieron dos herejías (albigense y valdense) en el sur de Francia y norte de Italia. Atacaban algunos pilares de la moral cristiana y de la organización social de la época. Inicialmente se intentó que sus seguidores abandonaran la heterodoxia a través de la predicación pacífica encomendada a los recién fundados dominicos; después se procuró su desaparición mediante una violenta cruzada. En esas difíciles circunstancias nace el primer tribunal de la Inquisición.

    —Es lógico, pues, que la Inquisición resulte una institución polémica.

    —Desde luego, porque, afortunadamente, hoy sabemos que es injusto aplicar la pena capital por motivos religiosos. Los católicos de hoy conocemos la doctrina del Concilio Vaticano II sobre la libertad religiosa, que coincide, en sus planteamientos básicos con la de muchos teólogos cristianos de los cuatro primeros siglos de nuestra era. Por este motivo, el Papa Juan Pablo II en su Carta Apostólica Tertio Milenio Adveniente (10-11-94) subrayó la necesidad de revisar algunos pasajes oscuros de la historia de la Iglesia para reconocer ante el mundo los errores de determinados fieles, teniendo en cuenta la unión espiritual que nos vincula con los miembros de la Iglesia de todos los tiempos.

    —¿Entonces, la "leyenda negra", más que leyenda es una realidad histórica?

    —Es preciso advertir que la polémica sobre la Inquisición se nutre de otra actitud muy distinta a la ya expuesta; me refiero a la ignorancia histórica, la falta de contextualización de los hechos, el desconocimiento de las mentalidades de épocas pasadas, la escasez de estudios comparativos entre la justicia civil y la inquisitorial... Todo esto contribuye a formar no sólo una polémica justificada sino una injusta leyenda negra en torno a la Inquisición.

    —¿Qué hay, pues, de verdad sobre la actividad de la Inquisición, concretamente en España? 

    —Se formaron los primeros tribunales en 1242, a partir de un Concilio provincial de Tarragona. Dependían del obispo de la diócesis y, por regla general, su actuación fue moderada. Con la llegada de los Reyes Católicos al poder, el Santo Oficio cambió de modo notable. Isabel y Fernando consideraron que la unidad religiosa debía ser un factor clave en la unidad territorial de sus reinos. La conversión de las minorías hebrea y morisca era la condición para conseguirlo; algunos se bautizaron con convencimiento, otros no y éstos fueron perseguidos por la Inquisición.

    En 1478 los Reyes Católicos consiguen del Papa Sixto IV una serie de privilegios en materia religiosa, entre ellos, el nombramiento del Inquisidor General por la monarquía y el control económico del Santo Oficio. Por otra parte, la actitud de los cristianos ante las comunidades judía y morisca en España fue muy variada a lo largo de la Historia. Había judíos asentados en España desde el final del Imperio Romano. Durante la etapa visigoda fueron tolerados y perseguidos en distintas épocas. Algunos reyes castellanos y aragoneses supieron crear condiciones de convivencia pacífica, pero el pueblo llano no miraba con buenos ojos a los hebreos prestamistas (el interés anual legal de los préstamos ascendía al 33%); además se les consideraba, de acuerdo con una actitud muy primaria, culpables de la muerte de Jesucristo. El malestar se transformó a finales del siglo XIV en revueltas y matanzas contra los judíos en el sur y levante español.

    Los Reyes Católicos no sentían animadversión personal contra los hebreos (el propio rey Fernando tenía sangre judía por parte de madre) y en su corte se hallaban financieros, consejeros, médicos y artesanos hebreos. Los judíos vivían en barrios especiales (aljamas) y entregaban tributos directamente al rey a cambio de protección. El deseo de unión religiosa y de evitar matanzas populares impulsaron a los Reyes a decretar la expulsión de los judíos españoles (unos 110.000) en marzo de 1492. La alternativa era recibir el bautismo o abandonar los reinos, aunque se preveían consecuencias económicas negativas en los territorios españoles. Sólo unos 10.000 hebreos se adhirieron a la fe cristiana y, entre ellos, bastantes por intereses no religiosos. Entonces surgió el criptojudaísmo, la práctica oculta de la religión de Moisés mientras se mantenía externamente el catolicismo. Contra estos falsos cristianos, como se ha dicho, actuó la Inquisición.

    Respecto a los moriscos, unos 350.000 en el siglo XV, la política fue similar. Se intentó de modo más o menos adecuado su conversión tras la toma de Granada, pero al comprobar que su asimilación no era satisfactoria se procedió a la expulsión de los no conversos, tras violentos enfrentamientos, en 1609, bajo el reinado de Felipe III. Durante el siglo XVII aparece con fuerza el fenómeno social de la limpieza de sangre: para acceder a determinados cargos u oficios era necesario ser cristiano viejo, es decir, no tener sangre judía o morisca en los antepasados recientes.

    —¿Qué delitos juzgaba el Tribunal de la Inquisición y cuáles eran las penas? 

    —Inicialmente el tribunal fue creado para frenar la heterodoxia entre los bautizados: las causas más frecuentes eran las de falsos conversos del judaísmo y mahometismo; pronto se añadió el luteranismo con focos en Sevilla y Valladolid; y el alumbradismo, movimiento pseudo-místico. También se consideraban delitos contra la fe, la blasfemia, en la medida que podía reflejar la heterodoxia, y la brujería, como subproducto de religiosidad. Además, se perseguían delitos de carácter moral como la bigamia. Con el tiempo se introdujo el delito de resistencia al Santo Oficio, que trataba de garantizar el trabajo del tribunal.
    La pena de muerte en hoguera se aplicaba a hereje contumaz no arrepentido. El resto de los delitos se pagaban con excomunión, confiscación de bienes, multas, cárcel, oraciones y limosnas penitenciales. Las sentencias eran leídas y ejecutadas en público en los denominados autos de fe, instrumento inquisitorial para el control religioso de la población.
    Desde el siglo XIII, la Iglesia admitió el uso de la tortura para conseguir la confesión y arrepentimiento de los reos. No hay que olvidar que el tormento era utilizado también en los tribunales civiles; en el de la Inquisición se le dio otra finalidad: el acusado confeso arrepentido tras la tortura se libraba de la muerte, algo que no ocurría en la justicia civil. Las torturas eran terribles sufrimientos físicos que no llegaban a mutilar o matar al acusado.

    —Una figura inevitable en la polémica sobre la Inquisición es Torquemada. ¿Es tan fiero el león como lo pintan? ¿Qué hubo en los juicios contra Carranza y Antonio Pérez? 

    —Fray Tomás de Torquemada fue Inquisidor General entre 1485 y 1496. Gozó de la confianza de los Reyes Católicos. Lo cierto es que no existe todavía una biografía definitiva sobre este importante personaje. Desde luego sentía animadversión hacia los judíos e influyó decisivamente en el decreto de expulsión de 1492, sin embargo no era sanguinario, como cierta leyenda injustificada pretende hacernos creer, aunque sí es obvio que presidió el tribunal en años de intensa actividad . No obstante, redactó una serie de normas y leyes para garantizar el buen funcionamientos del tribunal y evitar abusos.

    Carranza era arzobispo de Toledo y Primado de España. Fue acusado injustamente de luteranismo y condenado a la pena capital por la inquisición española; por tratarse de un prelado, la causa se inició con el permiso de Roma y fue revisada por el Papa que no vio motivos proporcionados para tal veredicto. Aunque éste no llegó a aplicarse, Felipe II destituyó a Carranza para subrayar la autonomía del tribunal español respecto a la Santa Sede. Antonio Pérez era secretario del rey y fue acusado de asesinato; como consiguió huir de la justicia de Castilla, la Inquisición le imputó de ciertos cargos para poder detenerlo. El reo salió de España y dio a conocer su caso en las cortes de Francia e Inglaterra. Es un claro ejemplo de utilización política del tribunal por parte del rey, que supo airear oportunamente su antiguo secretario. Por otra parte, los casos de Carranza y Pérez ponen de relieve algo característico del Tribunal de la Inquisición: su poder no hacía distinciones a la hora de acusar a prelados, cortesanos , nobles o ministros; fue, en ese sentido, un tribunal democrático con una jurisdicción sólo inferior a la del Papa.

    —¿Cuál fue la actitud del Santo Oficio español ante la brujería? 
    —En España hubo pocos casos de brujería en comparación al resto de Europa. Fue un fenómeno más destacado entre la población bautizada de los territorios americanos, por el apego a sus ritos y tradiciones seculares. En la Península fueron desgraciadamente famosas las brujas de Zugarramurdi (Navarra) condenadas en 1610. Desde entonces se tuvo en cuenta la acertada observación de un inquisidor, para quien cuanto menos se hablara de ellas, menos casos habría; la Inquisición prefirió considerarlas personas alucinadas o enfermas.

    —Otra cuestión espinosa que suscita la Inquisición es el número de víctimas ¿es posible saber cuántas fueron? 

    La Inquisición tuvo una larga vida en España: se instauró en 1242 y no fue abolida formalmente hasta 1834 durante la regencia de María Cristina. Sin embargo, su actuación más intensa se registra entre 1478 y 1700, es decir, durante el gobierno de los Reyes Católicos y los Austrias. En cierto sentido no se puede calcular el número de personas afectadas por la Inquisición: la migración forzosa de millares de judíos y moriscos; la deshonra familiar que comportaba una acusación del tribunal durante varias generaciones; la obsesión colectiva por la limpieza de sangre, lo hacen imposible.

    Respecto al número de ajusticiados no hay datos definitivos porque hasta ahora no se han podido estudiar todas las causas conservadas en archivos. Aunque parciales, son más próximos a la realidad los estudios realizados por los profesores Heningsen y Contreras sobre 50.000 causas abiertas entre 1540 y 1700: concluyen que fueron quemadas 1.346 personas, el 1,9% de los juzgados. Es posible, aunque la cifra no sea definitiva, que los ajusticiados a lo largo de la historia del tribunal fueran unos 5.000. Afortunadamente, el cristianismo, a diferencia de las ideologías, tiene siempre una doctrina buena, cierta y definitiva que le permite rectificar los errores prácticos en los que pueden incurrir algunos de sus miembros: el Evangelio.


    (*) Beatriz Comella es licenciada en Geografía e Historia. Imparte seminarios de Historia y Filosofía en el Colegio Mayor Zurbarán de Madrid. Ha publicado, además del libro indicado, un ensayo sobre el caso Galileo; colabora en la Agencia Aceprensa y con artículos de opinión en unos 60 diarios y revistas.

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