martes, 6 de febrero de 2018

HELEN - SEXENIO DEMOCRAFICO



SEXENIO DEMOCRAFICO

Se conoce como Sexenio Democrático o Sexenio Revolucionario al periodo de la historia contemporánea de España transcurrido desde el triunfo de la revolución de septiembre de 1868 hasta el pronunciamiento de diciembre de 1874, que supuso el inicio de la etapa conocida como Restauración borbónica. El Sexenio suele dividirse en tres (o cuatro) etapas: la primera, la del Gobierno provisional español 1868-1871; la segunda, el reinado de Amadeo I (1871-1873); la tercera, la Primera República Española, proclamada tras la renuncia al trono del rey Amadeo de Saboya en febrero de 1873, y que se divide entre el período de la República Federal, a la que pone fin el golpe de Pavía de enero de 1874, y la República unitaria, también conocida como la Dictadura de Serrano, que se cierra con el pronunciamiento en diciembre de 1874 en Sagunto del general Arsenio Martínez Campos en favor de la restauración de la Monarquía borbónica en la persona del hijo de Isabel II, Alfonso XII.

En la actividad política de estos años se advierte la participación de cuatro bloques políticos: los unionistas encabezados por el general Serrano; los progresistas encabezados por el general Prim y tras su asesinato por Práxedes Mateo Sagasta y Manuel Ruiz Zorrilla; los demócratas monárquicos llamados "cimbrios", encabezados por Cristino Martos y Nicolás María Rivero; y los republicanos federales, cuyos líderes son Estanislao Figueras, Francisco Pi y Margall, Nicolás Salmerón y Emilio Castelar. Además hay que contar con el Partido Moderado decantado cada vez más hacia las posiciones de los alfonsinos dirigidos por Antonio Cánovas del Castillo y con los carlistas, que desencadenarán en 1872 la Tercera Guerra Carlista para intentar poner en el trono al pretendiente Carlos VII, así como con los independentistas cubanos lo que dará lugar tras el Grito de Yara a la Guerra de los Diez Años


AMADEO DE SABOYA

La monarquía parlamentaria de Amadeo I (1871-1873)[editar]


Retrato de Amadeo I (1872) de Vicente Palmaroli (Museo del Prado).
El reinado de Amadeo I fue el primer intento en la historia de España de poner en práctica la forma de gobierno de la Monarquía parlamentaria ("monarquía popular" o " monarquía democrática", como se la llamó en la época), aunque se saldó con un sonoro fracaso ya qué sólo duró dos años (del 2 de enero de 1871, en que fue proclamado como rey Amadeo I por las Cortes Constituyentes, al 10 de febrero de 1873, en que presentó su abdicación).[18]
Entre las razones del fracaso se suele aducir el hecho de que el mismo día de la llegada a España del nuevo rey moría en Madrid el general Prim, víctima de un atentado que se había producido tres días antes. Prim, además de ser el principal valedor del nuevo monarca, era el líder del Partido progresista, la fuerza política más importante de la coalición monárquico-democrática y cuya muerte abrió la pugna por la sucesión entre Práxedes Mateo Sagasta y Manuel Ruiz Zorrilla que a la larga acabó provocando la “traumática descomposición” de aquella coalición destinada a ser el sostén de la monarquía amadeísta. "Son demostrativas de la inestabilidad política del régimen la celebración de tres elecciones generales a Cortes y la sucesión de seis gabinetes ministeriales en dos años de reinado".[18]​ En última instancia la causa fundamental de su fracaso fue, como apuntó hace tiempo Mª Victoria López-Cordón, “la deserción de las [fuerzas] que deberían haberla sustentado [lo que] hizo imposible la experiencia”.[19]
Otra de las razones fue que la monarquía de Amadeo I no pudo integrar a los grupos políticos de oposición que no reconocían la legitimidad del nuevo rey y que siguieron defendiendo su propio proyecto político —la República, la monarquía carlista o la monarquía alfonsina—.[18]​ Los republicanos federales protagonizaron varias insurrecciones armadas en Andalucía y Cataluña, en las que se mezclaron reivindicaciones populares como el reparto de tierras, la abolición de las quintas y de los impuestos de consumos, manifestándose la falta de apoyo entre el pueblo, que no aceptó al nuevo monarca al que, burlándose, llamaba «Macarronini I»[20]​ o «Macarrón I».[21]
Por su parte los carlistas iniciaron en 1872 la Tercera Guerra Carlista -que se extendería más allá del Sexenio. Encabezados por el pretendiente Carlos VII, nieto de Carlos María Isidro (V, en la sucesión carlista), movilizaron unos 45.000 hombres armados y para aumentar sus apoyos el pretendiente devolvió el 16 de junio los fueros catalanes, aragoneses y valencianos suprimidos por Felipe V y además creó un gobierno en Estella, embrión de un Estado carlista con Ayuntamientos y Diputaciones organizados según el régimen foral, impulsores de las lenguas locales y las instituciones tradicionales anteriores a 1700. La insurrección tuvo éxito en Cataluña, Navarra, País Vasco y puntos aislados del resto de España. Las tropas carlistas controlaron las zonas rurales, pero no las ciudades.
Al día siguiente de la abdicación de Amadeo I las Cortes, en una reunión de ambas no prevista en la Constitución de 1869, proclaman la República el 11 de febrero de 1873.


LA PRIMERA REPUBLICA ESPAÑOLA

La Primera República Española (1873-1874)[editar]

República Federal (1873)[editar]

El 11 de febrero de 1873, al día siguiente de la abdicación de Amadeo I, el Congreso y el Senado, constituidos en Asamblea Nacional, proclamaron la República por 258 votos contra 32, pero sin definirla como unitaria o como federal, postergando la decisión a las futuras Cortes Constituyentes, y nombraron como presidente del Poder Ejecutivo al republicano federal Estanislao Figueras.[22]

Caricatura de la revista satírica La Flaca del 3 de marzo de 1873 sobre la pugna entre los radicales, que defienden la república unitaria, y los republicanos federales que defienden la federal. Y también sobre la pugna entre los federales "transigentes" e "intransigentes"
En mayo se celebraron las elecciones a Cortes Constituyentes, que a causa del retraimiento del resto de los partidos supusieron una aplastante victoria para el Partido Republicano Federal. Pero esta situación era engañosa porque en realidad los diputados republicanos federales de las Constituyentes estaban divididos en tres grupos:[23]
  • Los «intransingentes» con unos 60 diputados formaban la izquierda de la Cámara y propugnaban que las Cortes se declararan en Convención, asumiendo todos los poderes del Estado —el legislativo, el ejecutivo y el judicial— para construir la República Federal de abajo arriba, desde el municipio a los cantones o Estados y desde éstos al poder federal, y también defendían la introducción de reformas sociales que mejoraran las condiciones de vida del cuarto estado. Este sector de los republicanos federales no tenía un líder claro, aunque reconocían como su patriarca a José María Orense, el viejo marqués de Albaida. Destacaban dentro de él Nicolás Estévanez, Francisco Díaz Quintero, los generales Juan Contreras y Blas Pierrad, y los escritores Roque Barcia y Manuel Fernández Herrero.
  • Los «centristas» liderados por Francisco Pi y Margall coincidían con los «intransigentes» en que el objetivo era construir una república federal pero de arriba abajo, es decir, primero había que elaboran la Constitución federal y luego proceder a la formación de los cantones o Estados federados. El número de diputados con que contaba este sector no era muy amplio y en muchas ocasiones actuaban divididos en las votaciones, aunque se solían inclinar por las propuestas de los «intransigenes».
  • Los «moderados» constituían la derecha de la Cámara y estaban liderados por Emilio Castelar y por Nicolás Salmerón —y entre los que también destacaban Eleuterio Maisonnave y Buenaventura Abarzuza Ferrer— y defendían la formación de una República democrática que diera cabida a todas las opciones liberales, por lo que rechazaban la conversión de las Cortes en un poder revolucionario como defendían los «intransigentes» y coincidían con los pimargalianos en que la prioridad de las Cortes era aprobar la nueva Constitución. Constituían el grupo más numeroso de la Cámara, aunque había ciertas diferencias entre los seguidores de Castelar, que eran partidarios de la conciliación con los radicales de Cristino Martos y Nicolás María Rivero, que aceptaban la República aunque en principio habían apoyado la monarquía de Amadeo I, y con los constitucionales del general Serrano y Práxedes Mateo Sagasta, monárquicos constitucionales, para incluirlos en el nuevo régimen, y los seguidores de Salmerón que propugnaban que la República sólo debían fundamentarse en la alianza de los republicanos «viejos».
A pesar de esta división no tuvieron problemas en proclamar el 8 de junio la República Federal, una semana después de que se abrieron las Cortes Constituyentes bajo la presidencia del veterano republicano «intransigente» José María Orense, por 218 votos contra dos:[24]
Artículo único. La forma de gobierno de la Nación española es la República democrática federal.

Retrato de Francisco Pi y Margall, segundo presidente del Poder Ejecutivo de la República.
Cuando el presidente del poder ejecutivo Estanislao Figueras, que sufría una fuerte depresión por la muerte de su mujer, tuvo conocimiento de que los generales "intransigentes" Juan Contreras y Blas Pierrad preparaban un golpe de estado para iniciar la República federal «desde abajo» al margen del Gobierno y de las Cortes, temió por su vida y el 10 de junio huyó a Francia.[25]​ Le sustituyó el republicano federal «centrista» Francisco Pi y Margall, que estableció como prioridad derrotar a los carlistas que ya llevaban más de un año alzados en armas en la llamada Tercera Guerra Carlista y la elaboración y aprobación de la nueva Constitución de la República Federal. Pero enseguida el gobierno de Pi y Margall se encontró con la oposición de los republicanos federales «intransigentes» porque en su programa no se habían incluido algunas de las reivindicaciones históricas de los federales como «la abolición del estanco del tabaco, de la lotería, de los aranceles judiciales y de los consumos repuestos en 1870 por ausencia de recursos». Pero sobre todo lo que reclamaban los «intransigentes» era que las Cortes, mientras se redactaba y aprobaba la nueva Constitución de la República democrática federal, se constituyeran en Convención de la cual emanaría una Junta de Salud Pública que detentaría el poder ejecutivo, propuesta que fue rechazada por Pi y Margall y por la mayoría de diputados «centristas» y «moderados» que apoyaban al gobierno.[26]
La respuesta de los «intransigentes» a la política de «orden y progreso» del gobierno de Pi y Margall fue abandonar las Cortes el 1 de julio, acusando al gobierno de haber contemporizado e incluso claudicado frente a los enemigos de la República Federal.[27]​ A continuación los «intransigentes» exhortaron a la inmediata y directa formación de cantones, para construir la República de abajo arriba, lo que iniciaría la rebelión cantonal, formándose en Madrid un Comité de Salud Pública para dirigirla, aunque la iniciativa partió de los federales de cada localidad. Aunque hubo casos como el de Málaga en que las autoridades locales fueron las que encabezaron la sublevación, en la mayoría se formaron juntas revolucionarias. Dos semanas después de la retirada de las Cortes la revuelta era un hecho en Murcia, Valencia y Andalucía.[28]
Para acabar con la rebelión cantonal Pi y Magarll se negó a aplicar las medidas de excepción que le proponía el sector «moderado» de su partido, que incluía la suspensión de las sesiones de las Cortes, porque confiaba en que la rápida aprobación de la Constitución federal —lo que no sucedió— y la vía del diálogo —que ya le funcionó cuando la Diputación de Barcelona proclamó el Estado catalán en marzo de 1873— haría entrar en razón a los sublevados.[29]​ No obstante no dudó en recurrir a la represión.[30]
Como la política de Pi y Margall de persuasión y represión no consiguió detener la rebelión cantonal, el sector «moderado» le retiró su apoyo el 17 de julio votando a favor de Nicolás Salmerón. Al día siguiente Pi y Margall dimitió, tras 37 días de mandato.[29]
El lema del nuevo gobierno de Salmerón fue el «imperio de la ley», por lo que para sofocar la rebelión cantonal tomó medidas duras como destituir a los gobernadores civiles, alcaldes y militares que habían apoyado de alguna forma a los cantonalistas y a continuación nombrar a generales, aunque fueran contrarios a la República Federal como Manuel Pavía o Arsenio Martínez Campos, para que mandaran las expediciones militares a Andalucía y a Valencia, respectivamente, que pusieran fin a la rebelión. «Además, movilizó a los reservistas, aumentó la Guardia Civil con 30.000 hombres, nombró delegados del Gobierno en las provincias con las mismas atribuciones que el Ejecutivo. Autorizó a las Diputaciones a imponer contribuciones de guerra y a organizar cuerpos armados provinciales, y decretó que los barcos en poder de los cartageneros se consideraran piratas —lo que suponía que cualquier embarcación podía abatirlos estuviera en aguas españolas o no—».[31]​ Gracias a estas medidas fueron sometidos uno tras otro los distintos cantones, excepto el de Cartagena que resistiría hasta el 12 de enero de 1874.

Emilio Castelar, cuarto presidente del Poder Ejecutivo de la Primera República Española
Nicolás Salmerón renunció a su cargo porque no quiso firmar las sentencias de muerte de varios soldados acusados de traición, ya que era absolutamente contrario a la pena de muerte. Para sustituirle las Cortes eligieron el 7 de septiembre a Emilio Castelar.[32]​ Inmediatamente Castelar consiguió de las Cortes la concesión de facultades extraordinarias para acabar tanto con la guerra carlista como con la rebelión cantonal y la suspensión de sus sesiones desde el 20 de septiembre de 1873 hasta el 2 de enero de 1874, lo que entre otras consecuencias supuso paralizar el debate y la aprobación del proyecto de Constitución federal.[33]
Los poderes extraordinarios que obtuvo Castelar le permitieron gobernar por decreto, facultad que utilizó inmediatamente para reorganizar el cuerpo de artillería disuelto hacía unos meses al final del reinado de Amadeo I, llamar a los reservistas y convocar una nueva leva con lo que consiguió un ejército de 200.000 hombres, y el lanzamiento de un empréstito de 100 millones de pesetas para hacer frente a los gastos de guerra.[34]
A finales de noviembre el gobierno de Castelar ordenó al general Ceballos, que dirigía el sitio de Cartagena tras la dimisión del general Arsenio Martínez Campos que lo había iniciado el 15 de agosto, que bombardeara Cartagena para «quebrantar el ánimo de los defensores o cuando menos molestarles, para no dar lugar a que permanezcan como han permanecido, completamente tranquilos». El bombardeo comenzó el 26 de noviembre de 1873 sin previo aviso y se prolongó hasta el último día del asedio, el 12 de enero de 1874, contabilizándose en total 27.189 proyectiles, «un verdadero diluvio de fuego», que causaron 800 heridos y doce muertos y destrozos en la mayoría de los inmuebles —sólo 28 casas quedaron indemnes—. Fue respondido por los cañones de los castillos de Cartagena y de las fragatas, pero fueron mucho menos efectivos dada la dispersión de las fuerzas gubernamentales que sitiaban la plaza por tierra.[35]​ Tras la primera semana de bombardeo en que los sitiadores se percataron de que las defensas de Cartagena seguían intactas, el general Ceballos presentó la dimisión y el 10 de diciembre fue sustituido por el general José López Domínguez, que era también un general antirrepublicano y además era sobrino del general Serrano, el líder del conservador Partido Constitucional. En la entrevista que mantuvo en Madrid con Castelar éste le insistió en que debía conseguir la rendición de Cartagena costara lo que costara antes del 2 de enero, la fecha prevista para la reapertura de las Cortes.[36]​​

INDUSTRIALIZACION EN PAIS VASCO SIGLO XIX

La industrialización en el País Vasco[editar]

La revolución industrial tuvo influencia manifiesta en el País Vasco. La riqueza de sus minas y la pureza de su mineral atrajeron a los inversores ingleses que, primero, explotaron las minas de hierro para llevar el mineral a Inglaterra y, luego, montaron las plantas siderúrgicas en la margen izquierda de la ría del Nervión.
A finales del siglo XIX y principios del siglo XX surge en Vizcaya un gran dinamismo emprendedor que dio lugar a grandes empresas que se extendieron por toda España. Nombres como Horacio Echevarrieta, Pedro Pascual Gandarias y su hijo Juan Tomás Gandarias, Urquijo, Durañona, Ybarra, Aguirre, Ampuero... se implicaron en industrias de todo tipo invirtiendo en minas, siderurgia, navieras, bienes de equipo, explosivos, urbanismo, producción energética, ferrocarriles, sector financiero... llegando a controlar, entra estas familias afincadas en el barrio de Neguri de Guecho, en los años 30 del siglo XX las tres cuartas partes del acero y la mitad del hierro que se producían en España.[41]
Como ejemplo del dinamismo emprendedor de la plutocracia vizcaína se puede señalar que en 1921 cuatro miembros de la familia Ybarra ocupaban 46 puestos en diferentes consejos de administración de las más importantes empresas españolas entre las que están Altos Hornos de Vizcaya, Sociedad Española de Construcción Naval, Compañía Marítima del Nervión, Sociedad Española de Minas del Rif, Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España, Hidroeléctrica Española, Babcock & Wilcox y Banco de Vizcaya[42]
El poder económico llevaba al poder político y las familias de la plutocracia vizcaína ocuparon cargos de importancia y relevancia en todas las esferas políticas, desde la administración local hasta la estatal.


INDUSTRIALIZACION EN CATALUÑA SIGLO XIX

Durante el siglo XIX y el siglo XX Cataluña ha sido la región española que ha liderado con gran diferencia el desarrollo industrial. Es interesante conocer como se ha producido este fenómeno y sobre todo como ha colaborado el resto de España e incluso a que ha renunciado para que haya sido así.De salida se debe dejar claro que ha sido fundamental el espíritu emprendedor que demostraron los empresarios catalanes cuando a mediados del siglo XVIII se les liberaron las aduanas hacia el resto de España y al comercio con América. La plena integración en el Estado Español tenía sus ventajas.
A partir de 1741 se inició en Cataluña la fabricación de tejidos de algodón, si bien no se puede hablar de verdadera revolución industrial hasta finales del primer tercio del siglo XIX.

El proceso real de industrialización comenzó con el crecimiento y modernización de la manufactura del algodón. Un hito fundamental fue la creación en 1833 de la factoría de Bonaplata en el casco antiguo de Barcelona, aplicando por primera vez en España, la máquina  de vapor al hilado de algodón, consiguiendo una gran mecanización y sirviendo de ejemplo al desarrollo de otras fábricas similares. La industria algodonera catalana ejerció un verdadero monopolio en España. Entre 1865-1869 consumía el 88% de la materia prima importada  y aún aumentó en la última parte del siglo hasta llegar al 95% de consumo.
No deja de ser curioso que una región sin campos de cultivo de algodón y sin apenas carbón  consiguiera  el liderazgo  en esta manufactura. Esta carencia de materias primas condujo a que los productos manufacturados en Cataluña fueran más caros que los producidos en otros países, concretamente Gran Bretaña.

Para el éxito del algodón catalán durante el siglo XIX de dieron dos hechos absolutamente inseparables: El espíritu emprendedor de los empresarios catalanes y la absoluta colaboración de los sucesivos gobiernos de España creando y manteniendo aranceles a la importación de productos extranjeros , generalmente ingleses, más baratos y de mayor calidad.

 La prohibición en algunos años de la importación y los altos impuestos   mantenidos  durante largos periodos consiguieron que los productos catalanes se adueñaran del mercado español en su conjunto.
Esta política de proteccionismo frente a los productos ingleses fue defendida, ante los sucesivos gobiernos españoles, por los bien organizados  lobbys catalanes: Comisión de Fabricantes de Hilados, Tejidos y Estampados del Principado de Cataluña, Instituto Industrial de Cataluña, Fomento del Trabajo Nacional.... Fue un lucha decidida y ganada para que en España se consumieran solo productos catalanes, a pesar de ser peores y más caros que los ingleses.

En 1855 el fabricante y político Josep Ferrer y Vidal defendía en Madrid el proteccionismo con estas palabras: "Si un castellano compra una vez al año diez varas de genéro catalán un 40 por ciento más caro que el inglés, el catalán come, y con mucho gusto, tres veces al día pan castellano un 40 por ciento más caro que el de Odesa".

Lo cierto es que España actuó como una sola nación facilitando la creación de una potencia industrial en Cataluña a base del esfuerzo económico de los españoles y considerando que era toda España la que se beneficiaria en el presente y en el futuro.
Se debe también tener en cuenta que la revolución del algodón arrasó al resto de los viejos paños. Avasallados por las hilaturas europeas y sometidos a las duras competencias de los algodones, el lino gallego y el cáñamo andaluz quedaron arrinconados. Lo mismo ocurrió con la seda ya que Barcelona, Manresa y Reus arrebataron a Valencia la cabecera del sector.






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