lunes, 23 de noviembre de 2015

Una reliquia es una parte del cuerpo de un santo o cualquier objeto que haya tocado este cuerpo
El énfasis en el papel de los santos estuvo estrechamente relacionado con el uso de reliquias, el cual aumentó de manera considerable en la Alta Edad Media. Las reliquias solían ser huesos de santos, u objetos íntimamente vinculados con ellos, y a los que el creyente consideraba dignos de veneración. Un monje inglés del siglo XII comenzó esta descripción de las reliquias de la abadía diciendo: “Aquí se conserva una cosa más preciosa que el oro.., el brazo derecho de san Osvaldo… Lo hemos visto con nuestros propios ojos y lo hemos besado, y lo sostuvimos en nuestras propias manos… También aquí se conservan parte de sus costillas y un pedazo del suelo donde cayó”
El monje seguía enumerando las reliquias adicionales que tenía la abadía, las cuales incluían dos fragmentos del sudario de Cristo, trozos del pesebre de Jesús y una parte de las cinco hogazas de pan que Jesús utilizó para alimentar a cinco mil personas. En vista de que la beatitud de los santos se consideraba que estaba presente en sus reliquias, se creía que estos objetos eran capaces de curar a las personas o de hacer otros milagros.
En la Alta Edad Media se convirtió en práctica común de la iglesia asignar indulgencias a estas reliquias. Las indulgencias aminoraban el tiempo pasado en el purgatorio. Se creía que el purgatorio era un lugar de penitencia en que el alma de los difuntos podía purificarse antes de ir al cielo. Los seres vivos podían aminorar este sufrimiento mediante misas y oraciones ofrecidas en nombre del difunto y, por supuesto, mediante las indulgencias. Estas se recibían a cambio de limosnas caritativas y por venerar las reliquias de los santos. La iglesia especificó los años y días de cada indulgencia, lo que permitía que las almas pasaran menos tiempo en el purgatorio.
Los cristianos medievales creían que la peregrinación a un santo lugar era de particular beneficio espiritual. El más importante lugar sagrado, pero el más difícil de alcanzar, era la Ciudad Santa de Jerusalén. En el continente europeo, dos centros de peregrinaje eran populares en la Alta Edad Media: Roma —donde estaban depositadas las reliquias de San Pedro y San Pablo—y la ciudad española de Santiago de Compostela, donde se suponía que estaba la tumba del apóstol Santiago. Atracciones locales, como los lugares santos consagrados a la bienaventurada Virgen María, también se convirtieron en centros de peregrinaje.


 

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